Una cierta idea de Catalunya

Josep Maria Bricall, ex rector de la Universidad de Barcelona, conseller y brazo derecho de Tarradellas, un catalanista con criterio propio. El dia de la presentación de sus memòries en el Ateneu

La sala Bohigas del Ateneu estaba llena a rebosar. Más de cincuenta personas se quedaron sin poder entrar para la presentación de las memorias de Josep Maria Bricall, una persona que contempla la vida y la política desde una cierta distancia como titula él mismo su larga trayectoria navegando por la universidad, la política, la cultura y la música.

No es un libro categórico sino un desmenuzado y reposado recorrido por la vida del personaje que habla de lo que ha vivido en su participación en la vida pública. Bricall cuenta en voz baja sin ánimo de ajustar cuentas con nadie pero hablando con la claridad imprescindible para saber que tiene una idea propia de las cosas y las personas con las que ha convivido en la universidad, en la política y en la cultura del país.

Tiene una cierta idea de Catalunya y de España que ha mantenido a lo largo de su vida sin dejarse llevar por las corrientes de lo políticamente correcto que se imponen pasajeramente en cualquier sociedad democrática.

La idea de la política que maneja Bricall es un mecanismo de servicio para resolver los problemas de los ciudadanos, los más importantes en primer lugar, que exigen no sólo la democracia sino la asimilación de una tradición liberal, no el liberalismo de cuño económico, sino el que se entiende como liberal en el sentido opuesto a cualquier adoctrinamiento.

Trabajo ordenado y constante con las dificultades propias de las personas que hacen cosas con racionalidad y con amplitud de miras. Sus ocho años como rector de la Universitat de Barcelona dejaron una huella que incluso sus adversarios reconocen. También la proyección europea de la UB, la participación en la creación de las becas Erasmus, sus relaciones con el mundo académico internacional como presidente de la Conferencia de Rectores Europeos.

Para Bricall la prioridad de Catalunya es ser gobernada con criterio y con realismo. Aquí valoramos, ironiza, a los manifestantes, los predicadores y los que transmiten rumores y noticias interesadas sin tener en cuenta que lo que más importa en política es tener la capacidad resolutiva para resolver los problemas inmediatos y reparar las deficiencias estructurales. La experiencia de la Mancomunitat, dice, nos ofrece la pauta y el camino. Con eficiencia y honradez se podrá conseguir lo que con malas políticas no se alcanzará nunca.

Bricall es un catalanista culto, viajado y leído. Un gran melómano. Los personajes que aparecen en este “ensayo de memorias” son inacabables y van desde Joan Sardà Dexeus, Jaume Vicens Vives, Josep Lluís Sureda, Josep Tarradellas, Jordi Pujol, Josep Maria Puig Salellas, Manuel Ortínez, Pasqual Maragall, Josep Maria Santacana, Jordi Nadal…

Siempre ha profesado una gran admiración por el presidente Tarradellas, del que fue conseller de Governació y persona de confianza. “Vista la persistencia de la locura que se ha apoderado de mi país, esta admiración ha pasado de ser grande a cósmica”. El realismo y la mente jurídica de Bricall le situan en una crítica de fondo del pujolismo y de todo lo que ha venido después, especialmente en los últimos dos años. Para defender su honor puso una querella a Jordi Pujol cuando acababa de ganar la primera mayoría absoluta en 1984. En un mitin el president Pujol le acusó de haberse lucrado de cincuenta millones de pesetas por unos trabajos facturados al Centre d’Estudis de Planificació. Ante la persistencia de Bricall, el president admitió públicamente que aquella acusación no era cierta.

El caso del Liceu ilustra las discrepancias de fondo entre Pujol y Bricall. En 1986, Javier Solana, ministro de Cultura, ofreció al Liceu un papel parecido en España al que en Italia tenía la Scala de Milán. Pujol, relata, se opuso porque de esa manera se perdería la catalanidad del gran teatro de la Rambla.

Son unas memorias sembradas de ironías y de amplios contextos. La viabilidad de cualquier política de Catalunya respecto a España o al revés se mueve en un campo delimitado por el hecho de que Catalunya no es lo suficientemente fuerte para imponerse a España y España no ha sido capaz tampoco de asimilar Catalunya. Concluye que ha sido un fracaso del nacionalismo catalán y del nacionalismo español.

Recoge la idea de que para evitar el café para todos habría sido mejor recuperar el Estatut de 1932 como punto de partida manteniendo así la especificada de la Generalitat ante el uniformismo que se veía venir. Ni Adolfo Suárez ni Tarradellas lo veían mal.

Catalunya no tiene que buscar modelos sino profundizar en lo que es y lo que quiere ser. Prat de la Riba puso trabajo y racionalidad, Francesc Macià aceptó la Generalitat tres días después de haber proclamado la república y Tarradellas volvió con la legitimidad republicana dos años después de la muerte de Franco. Las memorias de Bricall son un gran fresco de lo que ha ocurrido en Catalunya, España y Europa en los últimos sesenta años. Es una visión, no oficial, de nuestra reciente historia.

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