La furia del Katrina

La catástrofe del huracán Katrina va mucho más allá de la lentitud y de la caótica gestión para mitigar la tragedia vivida por decenas de miles de personas atrapadas por las aguas y los vientos enfurecidos que hace una semana se abatieron sobre la ciudad y el área de Nueva Orleans.

Me aburre el discurso antiamericano venga o no a cuento, esté o no justificado, que desde Europa se hace sobre cualquier decisión política que venga de Estados Unidos. Sin ir más lejos, ayer escuché por la radio a una señora muy enfadada porque desde Europa se envíen medio millón de comidas empaquetadas para socorrer a las víctimas del país más poderoso de la Tierra. No sé distinguir el envío de ayuda humanitaria en función de la raza, la clase social o el Gobierno que tienen que padecer los afectados por una gran tragedia.

No hay que leer la prensa europea para percatarse de la pésima gestión del Gobierno Bush que parece no haberse dado cuenta de la magnitud de la crisis del Katrina. En Estados Unidos incluso los medios ultraconservadores tienen problemas para salir en defensa de Bush en esta crisis que va a tener muchas consecuencias en la política interior norteamericana. La gestión de esta tragedia confirma la opinión compartida por muchos de que este presidente es el más mediocre de la historia norteamericana reciente.

Una primera constatación es que la sociedad americana está más dividida que nunca. Incluso en esta catástrofe natural se ha escindido hasta el punto de que el diario más emblemático del país haya encabezado su editorial del viernes con un título muy revelador: «Esperando a un líder». Una segunda observación es la creciente impopularidad de Bush incluso antes del huracán a causa principalmente del caos en Iraq a pesar de la presencia de más de cien mil soldados en ese país, que está más cerca de una guerra civil entre etnias que de una democracia parlamentaria.

La tercera me la ha recordado un excelente libro de Barbara Tuchman, «The March of folly», en la que esta historiadora recientemente fallecida hace un estudio desde la guerra de Troya hasta Vietnam poniendo de relieve que todos los gobiernos en todas las circunstancias históricas han sabido lo que no debían hacer y a pesar de ello lo hicieron. Recuerda Tuchman que Felipe II sabía que no podía sostener cinco guerras paralelas en Europa. Lo hizo y el imperio español empezó su ocaso.

El pensamiento político de los que rodean a Bush diseñó que Estados Unidos puede y debe exportar la democracia a todo el mundo. La fuerza de sus ejércitos lo va a conseguir porque la libertad es el bien más preciado en la historia. Pero no ha sido así en Oriente Medio como amargamente nos lamentamos todos.

En 1928 el Mississippi se desbordó y causó una desgracia devastadora en Nueva Orleans y su área de influencia. El Gobierno federal no estuvo a la altura, y los caciques locales del sur, tampoco. Herbert Hoover, más tarde presidente, se encargó de gestionar la ayuda y fue acusado del diferente tratamiento a las víctimas en razón de su color y condición social. Un movimiento populista en contra del sistema causó estragos hasta la llegada de Roosevelt, que supuso un paso de gigante para hacer frente al desequilibrio provocado por un capitalismo rampante.

La cuarta y última reflexión es que hemos visto la parte más fea de la sociedad opulenta. Hemos visto pobreza y desamparo, rabia y críticas al sistema. El liberalismo ningunea al Estado. Pero lo que ha faltado en Nueva Orleans ha sido precisamente Estado, dejando al descubierto los egoísmos particulares. Habrá que volver a aquello que creo decía Popper: “Todo el mercado posible, pero todo el Estado necesario”.

  2 comentarios por “La furia del Katrina

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