Hay derechas y derechas

No sé si David Cameron se convertirá en el próximo primer ministro conservador británico. Es un elitista educado en Eton y en Oxford, feudos de minorías selectas que, junto con Cambridge, han suministrado la gran mayoría de las clases dirigentes británicas.

Allan Clark decía que Eton “es una prematura introducción a la crueldad humana, a la traición y a la dureza física extrema”. Una exageración. Pero para el duque de Wellington, en los campos de rugby de Eton, cerca del castillo de Windsor, se ganó la batalla de Waterloo.

Bernard Shaw, el corrosivo dramaturgo irlandés, lo resumía de otra manera: “cuando escuchas a un inglés que habla con el acento de Eton, ya sabes el sueldo que cobra”. Clasismo en estado puro.

El conservadurismo británico no lo inventó la señora Thatcher. Ni siquiera Benjamin Disraeli en el siglo antepasado. Es una tradición arraigada que tiene sus orígenes intelectuales en Edmund Burke, autor de las “Reflexiones sobre la Revolución Francesa”, un texto que contribuyó a que el modelo que Napoleón quiso extender por toda Europa no llegara a Inglaterra que siguió su particular singladura política, al margen de la Revolución Francesa, y dominó las tierras y los mares durante dos siglos.

Los conservadores ingleses han sido patriotas. No por razones esencialistas o simbólicas sino prácticas, por intereses concretos. Han seguido a Burke cuando decía que “los parlamentarios no están para representar mi voluntad sino para que arbitren un sistema que resuelva los conflictos de intereses”.

Para los conservadores británicos el Estado ha sido la articulación jurídica de la sociedad en un determinado tiempo histórico para resolver los intereses contrapuestos surgidos en su seno.

La sociedad británica es conservadora porque tiene mucho que conservar. La izquierda dogmática, desde Hugh Gaitskell hasta Harold Wilson y James Callaghan, no se convirtió en un partido natural de gobierno hasta la llegada de Tony Blair que en vez de cambiar el país cambió el partido.

Cualquiera que sea su final político habrá llevado al laborismo a gobernar Gran Bretaña casi doce años. Insólito.

El discurso de Blair ha concentrado más su atención en la gente que en el partido. Ha sido fiel al empirismo y, con todos sus errores, ha ganado tres veces consecutivas las elecciones generales. Su desgaste es fuerte y es probable que tenga que apearse del poder antes que termine la legislatura y sitúe en Downing Street a su correligionario, adversario y actual ministro de Economía, Canciller del Exchequer, Gordon Brown.

Ahora sale David Cameron, de 39 años, con un perfil aristocrático, después de cuatro líderes conservadores que se han estrellado contra el pragmatismo de Tony Blair. Cameron quiere levantar las crostas del conservadurismo rancio refiriéndose, por ejemplo, a que “nueve de cada diez diputados son hombres blancos y hasta que no tengamos el mismo aspecto del país, no nos votarán”.

No habla de paridad entre hombres y mujeres sino que pide a los “tories” que bajen a la calle, tomen nota de lo que pasa y lo apliquen en la política. En su discurso como líder del partido pronunció una frase definitiva en la línea de Burke: “la sociedad existe pero es distinta del Estado”. El matiz respecto al pensamiento de Thatcher de que “no existe la sociedad, sólo los individuos”, es notable.

Cuando una diputada laborista le espetó el otro día en los Comunes, la acusó de “gritar como una niña” y se dedicó a hablar sobre el futuro y no sobre lo que una vez fue el futuro, refiriéndose a Blair.

Qué diferencia con la derecha española. Aznar, Rajoy, Acebes y Zaplana, por su edad, no pueden ir a Eton. Pero un postgrado en Oxford o Cambridge les iría bien. No les haría más inteligentes pero sí más sensatos.

Una estancia en Oxbridge de los políticos esencialistas catalanes les enseñaría también que los intereses de la mayoría de las gentes no son siempre los suyos.