El eje del mal no desaparece

La doctrina Bush era impecable después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Vamos a combatir el terrorismo allí donde se encuentre, somos más fuertes, tenemos la razón moral y venceremos a quienes han intentado destruirnos.

Estados Unidos, seguía el discurso, no vamos a permitir que los regímenes más peligrosos del mundo nos amenacen con las armas más destructivas.

Era en este mensaje en el que el presidente Bush introdujo el concepto del «eje del mal», refiriéndose a tres países muy concretos: Iraq, Irán y Corea del Norte.

Cinco años después de aquel discurso, la administración Bush se encuentra en plena crisis con cada uno de ellos. En Iraq no hay salida política y militar al conflicto. La democracia en Bagdad no existe y el dictador Saddam Hussein desafía a diario al tribunal que le juzga.

Irán sigue con su proyecto de enriquecer uranio y disponer de la bomba nuclear. El presidente Aahmadinejad no piensa interrumpir su política y repite cuando le parece oportuno que Israel no tiene derecho a existir. Desde Teherán se suministran armas y se traspasa ideología a Hamás y a Hizbulá.

Y ahora es el dictador de Corea del Norte, el déspota hereditario, Kim Jong Il, el que desafía a la comunidad internacional llevando a cabo una explosión nuclear subterránea y levantando acta notarial de que ha ingresado en el club nuclear. China, Rusia, Japón, Estados Unidos y Europa tienen motivos para alarmarse.

La doctrina Bush estaba bien formulada pero ha sido pésimamente ejecutada. El mundo es más inseguro hoy que hace cinco años. Los llamados estados «paria», el eje del mal, siguen planteando más problemas hoy que hace cinco años.

No me alegro de ello. Me preocupa y mucho. Estados Unidos es un país demasiado serio, domina hegemónicamente el mundo, para encontrarse con tan poca credibilidad política, militar y de inteligencia.

Me tranquiliza que las críticas que se puedan hacer al equipo Bush desde una ciudad mediterránea son las mismas que leo en libros y periódicos norteamericanos. También las observo en los debates de las televisiones generalistas norteamericanas.

Rezaba un slogan industrial de los años veinte que «lo que es bueno para la General Motors es bueno para América». Lo que es bueno para América tendría que ser bueno para el mundo democrático. Pero lo inquietante es que lo que es malo para Washington también es malo para Occidente.

La doctrina Bush ha sido un fiasco.