La España que no gusta

España no les gustaba tal como era y era preciso europeizarla a toda costa. Ésta es una de las conclusiones a las que llega Vicens Vives en su Aproximación a la historia de España, publicada por primera vez en 1955, al referirse al abatimiento peninsular como consecuencia de la pérdida de las colonias y su desprestigio en Europa.

¿Qué es España?, se preguntaron los intelectuales y literatos de la época, una pregunta que ha sido formulada de muy diversas maneras en los últimos cien años mientras la confrontación entre españoles se bañaba con la sangre de la guerra civil, dos largas dictaduras y desencuentros varios.

La Constitución de 1978 inauguraba el periodo más largo de paz, libertad y progreso que ha conocido el país y que ahora vuelve a ponerse en peligro, precisamente por cuestionarse nuevamente la idea de España, esta España siempre inacabada, en tiempos en los que el país está anclado en todas las instituciones políticas, económicas y militares de la comunidad democrática occidental, de las que nuestra turbulenta historia nos situó fuera de ellas.

Sobre qué forma se daría a la futura España que ambicionaban los protagonistas de la generación de 1998, sigo con Vicens Vives, hubo divergencia de miras: “los periféricos, sobre todo los catalanes, predicaron una solución optimista, constructiva, burguesa e historicista; los castellanos, en cambio, se caracterizaron por su pesimismo, el desgarro de su pasado, su aristocratismo y su abstractismo. Ambos grupos tenían su razón de ser en un nacionalismo ardiente, que deseaba quemar etapas y restaurar la grandeza de España. Si ello no era posible, si España estaba muerta, los catalanes, los vascos y los gallegos habrían de renunciar a sobrellevar el peso de Castilla. Todo el problema estaba ahí”.

Las circunstancias han cambiado. España no está muerta, en buena parte porque hace treinta años empezó a escuchar tímidamente a los que le “hablaban en lengua no castellana”, como imploraba Joan Maragall en su conocida Oda a España, escrita precisamente en 1898.

España ha progresado no solamente por la descentralización administrativa y política, como consecuencia de la implementación de la Constitución de 1978, sino por el espíritu de mutuo reconocimiento que ha hecho que el concepto de Estado centralista hubiera soltado lastre hacia Europa y hacia las Comunidades Autónomas.

Lo que fue un problema insoluble y endémico pasó a ser una solución que ha dado frutos incuestionables. Si la derecha o la izquierda españolas quieren revertir esta realidad se corre un grave riesgo. Si los garantes de la ley y el espíritu de la Constitución no tienen en cuenta la historia y la fuerza de los hechos se les podría achacar la célebre frase atribuida a Tayllerand: es peor que un crimen, es un error.

?