Juan Belmonte, matador de toros

Juan Belmonte saltando por los aires tras una cornada

He leído tres libros de Manuel Chaves Nogales, uno de los periodistas más desconocidos pero más solventes de la primera parte del siglo XX. Sevillano, culto, domina el lenguaje con la maestría de los grandes literatos. La agonía de Francia es un relato vivo y directo sobre cómo los franceses no decidieron plantar cara a Hitler y aceptaron el régimen del general Pétain que se instaló en Vichy.

En los relatos de A Sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España, se aproxima con crudeza a las brutalidades que se perpetraron en los dos bandos enfrentados en la guerra civil española. Chaves Nogales decidió abandonar España en 1937 y en el prólogo da una explicación: se va porque después de la guerra vendrá una dictadura. Lo que no sé es si será de izquierdas o de derechas. Se fue a Francia y luego se estableció en Londres donde murió a los 44 años.

Pero el libro que me ha llamado más la atención es el de Juan Belmonte, matador de toros. Una gran biografía construida a raíz de las conversaciones que Chaves mantiene con el torero sevillano que es calificado como uno de los más grandes. No me interesan los toros y solamente he presenciado una corrida en unos Sanfermines de mi juventud.

Pero las páginas de este inmenso retrato de Belmonte muestran una cultura, un ambiente, una situación, unas costumbres que formaron parte de la vida andaluza y española durante generaciones. Belmonte es un gran torero pero es, sobre todo, un fenómeno que surge de la nada, de la miseria, de las noches toreando vaquillas en secreto y a la luz de la luna sevillana. En su fulgurante carrera trata a intelectuales como Javier de Ayala, Valle Inclán, Romero de Torres y lo mejor de las cabezas hispánicas que poblaban Madrid en los años veinte del siglo pasado.

Qué fatigante es la vida de un torero. Y qué inútil. Pero cuántos seguidores fanatizados tiene y ha tenido a lo largo de la historia de las Españas. Y cuántos detractores también.

Me ha sorprendido la descripción que hace Belmonte sobre el miedo. El día que se torea, dice, crece más la barba. Es el miedo. Yo lo conozco bien. Es un íntimo amigo mío. El miedo llega sigilosamente antes de que uno se despierte, y en ese estado de laxitud, entre el sueño y la vigilia, en que nos sorprende, se adueña de nosotros antes de que podamos defendernos de su asechanza.

No sé lo que harán los demás toreros, dice Belmonte, pero yo al miedo lo venzo o, al menos, le contengo a fuerza de dialéctica. Es un diálogo incoherente, como el de un loco con un ser sobrenatural. El miedo se repliega al verle a uno irritado, y hace como que se va, pero se queda allí, en un rinconcito, al acecho. Y siempre regresa. Es pillado y herido en muchas plazas de España y América. El miedo no se lo quita de encima. Pero también su obsesión por el toreo le acompaña toda su vida.

Cuánto más fama, más miedo, más pequeñito y mas insignificante se siente Belmonte. Viaja por América y por toda la península. Torea cientos de veces en Sevilla, Madrid, Barcelona, Talavera de la Reina, desde donde un día le llega la noticia de la muerte de Joselito, su gran rival, en aquella plaza castellana.

Es premonitorio cuando dice que dentro de unos años, a lo mejor, no hay ni aficionados a los toros, ni siquiera toros. ¿Quién te dice que algún día no han de ser abolidas las corridas de toros y desdeñada la memoria de sus héroes? Puede ser. De hecho en Catalunya ya ha ocurrido. Pero lo que no desaparecerá es esta impresionante biografía de Chaves Nogales que hace honor a la mejor literatura. Tuvo un final trághico. Pero no sale en esta biografía.

  19 comentarios por “Juan Belmonte, matador de toros

  1. De George Bernard Shaw:
    «A los politicos al igual que los pañales hay que cambiarlos con frecuencia y por el mismo motivo».
    Esta noche no me pillara el debate que van a perpetrar dos personajes que llevan treinta años en los mismo.

    • Como el guiñol parece que está anunciado para las 21:45h. conviene que nos pille enganchados a cualquier otra oferta. Yo probablemente revisitaré «Cortina Rasgada(21:30h)del maestro Hitchcock que, aunque con la imposición por parte de la productora de la sosa Julie Andrews , siempre es un seguro de acierto.

      Muy buena la cita dogbert, y añado, ahora los pañales son desechables osea que terminan en la basurita sin opción de reutilización.

    • El problema Dogbert es que nos ha dado por reciclarlo todo y ahora vemos como se reciclan hasta algunos políticos que pensabamos que nunca más veriamos en escena…
      Por lo demás hoy tengo cena familiar.

  2. Como os veo interesados en los mitos y en relajaros un poco de la crisis, os dejo esto…

    El primer día de Ava Gardner en España la llevaron al Museo del Prado, a Chicote y a los toros. No existe constancia de que volviera a visitar un museo en los 15 años que vivió aquí. Las otras dos visitas, en cambio, la marcaron. Siempre se mostraría asidua de las copas –aunque eso ya lo traía en el equipaje– y de los toreros.

    El sol no fue lo que atrajo a Ava Gardner a nuestro país, porque, según explicaba ella misma, aquí vivía sobre todo de noche. Es caer en el tópico decir que le atraían los hombres españoles, los machos de denominación exclusiva made in Spain, toreros y flamencos, de los que tuvo una buena nómina de amantes.

    Lo que en realidad le gustaba de España era que no hubiese prensa del corazón. Podría decirse que en los años 50 no había prensa de nada en nuestro país, pues la rígida censura franquista controlaba no sólo la información política, sino la moralidad de las costumbres, en el sentido de que de las costumbres inmorales no se hablaba.

    Leyendo los ecos de sociedad que dan noticia de alguna velada de Ava Gardner, podrían estar hablando del embajador de Luxemburgo, tan circunspectos son. Jamás una referencia a los escándalos, las borracheras y las broncas que protagonizaba la actriz en la noche madrileña. Podía torear los automóviles en la Castellana de madrugada, o volver a casa al amanecer en un camión de la basura, morreándose con los basureros, y los periódicos, mudos.

    Ava conoció España por razones profesionales, vino a rodar una película en 1950, y su primer romance taurino podría decirse que fue por exigencia del guión. En Pandora había un personaje de torero interpretado por Mario Cabré, matador en la vida real, además de actor y poeta. No era muy bueno en ninguno de los tres órdenes, pero tenía buena planta de latin lover y por supuesto se enamoró de Ava Gardner. Ella se dejó querer.

    Tras aquel primer contacto, Ava decidió instalarse en España en 1953. Primero en una suite del Hotel Castellana Hilton, donde casi no le cobraban y le permitían hacer de todo para martirio de los otros huéspedes.

    Porque desde el principio, Ava Gardner montó la marimorena. Había venido a España huyendo de sí misma y de su relación con Frank Sinatra, bebía como un pirata, se acostaba con cualquiera que le cayese en gracia, y le gustaba montar juergas flamencas a diario, o mejor dicho, a nocturno. Cuando cerraban los tablaos se llevaba a la suite a los gitanos y no dejaba dormir a nadie en tres plantas.

    Había encontrado en España, además de gente guapa, alegre y recia, como ella, algo impagable: impunidad. La España franquista de los 50 era todavía un país de señoritos, donde los que estaban arriba podían hacer sus más brutales caprichos y los demás se aguantaban, y encima no había una prensa que lo contase. Jauja.

    Ava pertenecía a esa elite de señoritos omnipotentes, como sus amigos el marqués de Villaverde, yernísimo de Franco, o Luis Miguel Dominguín, con quien tuvo una larga historia de amor, o más bien sexo, aunque también de amistad. Después de la primera relación sexual, en vez de quedarse en la cama, Dominguín se levantó a toda prisa y empezó a vestirse.“¿A dónde vas?”, le preguntó ella escamada de no retener al amante.“¡A contarlo!”, le respondió él.La historia la contaba el propio Dominguín, aunque luego decía que se la había inventado. Ava tenía patente de corso porque estaba respaldada por la embajada norteamericana y por la Metro, tanto monta, y en entre sus amigos estaba el jefe de la CIA en España. Para el franquismo, Estados Unidos había sido la salvación. Gracias a la Guerra Fría y la cesión de bases a EE UU en 1953,Washington sacó a la España de Franco del aislamiento internacional y le dio un poco de oxígeno económico. Un norteamericano importante podía permitírselo todo.Por ejemplo, tocarle las narices a un amigo de Franco como el general Perón.

    Perón, el exilado más importante amparado por el régimen, tuvo la desgracia de que Ava Gardner se instalara en el piso de arriba, en su casa de la calle Doctor Arce. La actriz había vivido entre el 55 y el 60 en un gran chalet de La Moraleja, La Bruja, cerca de sus amigos de la CIA. No tenía teléfono, y el aislamiento le daba la ilusión de que podía huir de sus problemas. Pero se hartó de aquello cuando La Moraleja se convirtió en una urba de familias americanas de la base de Torrejón.

    Vendió La Bruja y se instaló en un espléndido dúplex de Doctor Arce.Y siguió con su costumbre de recoger noctámbulos y montar juergas de madrugada.Perón llegó a subir revólver en mano y con sus pistoleros, pero ella no se asustaba de nada.O la mataba, o se aguantaba. Encima Ava le vejaba, salía al balcón y gritaba: “¡Perón, cabrón!”, o le imitaba en plan de burla, porque le había visto ensayar discursos.

    También perdió en su enfrentamiento con Ava Blas Piñar, el guardián de las esencias franquistas. Piñar había sido director del Instituto de Cultura Hispánica, y en la Transición sería el jefe de la ultraderecha violenta y terrorista. Era notario y una vez se presentó en Doctor Arce con un requerimiento. La versión más legendaria dice que Ava le abrió la puerta absolutamente desnuda, lo que no es inverosímil, pues se exhibía sin pudor. Otra dice que abrió el secretario de la actriz, el caso es que le dieron a Blas Piñar con la puerta en las narices, y éste presentó una querella por desacato a funcionario público. Llamada de arriba y la querella, que en principio había prosperado en los tribunales, desestimada.

    Peor enemigo fue Fraga Iribarne. No porque le tuviese tirria a Ava, que se la tenía, sino porque se había propuesto modernizar a España desde su Ministerio de Información y Turismo. Con la Ley de Prensa de Fraga afloró una tímida libertad de prensa, y con su política España se convirtió en un destino del turismo de masas. “Los largos viajes en automóvil, durante los cuales en kilómetros y kilómetros no se encuentra un ser vivo”, que eran una de las razones que daba Ava para vivir en España, se hicieron imposibles. Parte de la impunidad de la que Ava había gozado en la España franquista consistía en que nunca había pagado una peseta de impuestos. Sostienen las malas lenguas que Fraga espoleó al Ministerio de Hacienda para que le reclamase. Quizá era simplemente otra muestra de que España iba pareciéndose a Europa. El caso es que, oficialmente, Ava Gardner se fue de España huyendo de Hacienda.

    La verdad es que desde 1963 permanecía fuera temporadas cada vez más largas, y por fin, en 1968, se marchó definitivamente y se instaló en Londres. España vivía el primer Plan de Desarrollo de López Rodó, y ya era imposible que Ava Gardner, en una noche loca –y lo eran la mayoría– se subiera a la mesa de un local, se levantara las faldas y mease delante de todos, sin que la echaran y sin que lo contara la prensa.

    Una puntualización: dicen los que la vieron hacer eso que incluso entonces parecía una reina.

  3. Ayer fui a ver una documental sobre Ava Gardner, sus años en España, estos mundo bien contados son muy atractivos aunque uno este fuera, pero si el que cuenta es capaz de transmitir lo interior del biografiado, toreros, actores, pilotos, cocineros es lo de menos… lo importante es plasmar el entorno social y el interior del personaje.

    • Parece que la Ava tuvo una historieta con Mario Cabre que iba de torero a ratos perdidos. Vino Frank Siantra que era el novio eterno de Ava Gardner y Mario Cabre parece que fue visto por la Junquera a tres de fondo. Toma ya valentia, arrojo, dos orejas y rabo (entre piernas)

  4. Nuestro anfitrion el Sr. Foix tiene la capacidad de sorprendernos cada cuando le parece. En efecto, ya me diran Vds salirnos ahora con lo de Joselito y Belmonte. Pero le sabe dar el contexto a la cosa de tal forma y manera que lo de los toros es lo de menos. Nos habla de miedos, de miseria, de albores de dictaduras, de soledades.
    A mi los toros res de res, y que quieren que les diga me lleva a un cierto pais, al toro de Osborne y toda una racialidad que no me pone para nada. Parece que oigo de fondo un pasodoble en plan españa cañi. Que hi farem.
    Aun asi que le den una oreja.

  5. Sr.Foix: Belmonte no sería el mito del toreo que es sin la obra de Manuel Chaves Nogales; las corridas de toros no hacía falta prohibirlas, están condenadas a desaparecer irremisiblemente, la prohibición alargará esa agonía al mezclarse con otros temas…

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