Los líderes de los dos partidos nuevos que irrumpieron hace siete años para regenerar la política catalana y española están en la actividad privada. Albert Rivera y Pablo Iglesias dimitieron después de una sacudida electoral. Los dos pudieron serlo todo y los dos han sido empujados por las urnas a abandonar la política activa.
No se trata de la vuelta del bipartidismo sino de entender la política como la gestión de la complejidad y saber administrar los tiempos. Rivera pudo ser un socio fiable de Sánchez pero pensó que tenía fuerza suficiente para volar por su cuenta. Obtuvo 57 escaños en las elecciones de abril de 2019 y sólo 10 en las de noviembre de aquel mismo año. La noche electoral anunció que abandonaba la política. Ciudadanos, un partido nacido en Catalunya para combatir la deriva independentista, no consiguió representación en Madrid y la líder nacional, Inés Arrimadas, cosecha derrota tras derrota desde la dimisión de Rivera. Su futuro es incierto.
Pablo Iglesias fue un revulsivo para la izquierda española. Firmó un pacto de coalición con Pedro Sánchez tras las elecciones de noviembre de 2019 a pesar de que el líder socialista había afirmado en la campaña que no dormiría tranquilo si Podemos entraba en el gobierno. Y entró porque el PSOE solo consiguió 120 escaños y pactaba sobre la marcha con Iglesias o se veía en el trance de acudir de nuevo a las urnas.
Iglesias no tuvo en cuenta una reflexión que un primer ministro británico, Harold Macmillan, dijo en momentos difíciles de su mandato: «la esencia de la política es el timing, el calendario». El líder de Podemos se saltó los tiempos, quiso imponer políticas que no eran proporcionadas a su peso específico en el Congreso, se empeñó en cambiar a la sociedad con criterios maximalistas y descalificó a la derecha con los trazos fuertes y banales de fascista.
Dejó la vicepresidencia del gobierno para salvar a su partido en la comunidad de Madrid. Consiguió tres escaños más (10) pero su grupo quedó el último en la asamblea madrileña. Por donde pasó ganó adeptos y detractores. Lo más inquietante en la noche del martes fue ver que la escisión de Más Madrid, liderada en las elecciones por la dinámica y abierta Mónica García, pasaba por delante de Iglesias y se convertía en la segunda fuerza política, por delante del PSOE representado por un Angel Gabilondo que fue un juguete roto en manos de Pedro Sánchez de Iván Redondo durante la campaña.
La política devora ávidamente a los que tienen prisa y a los que se empeñan en ser piezas únicas para salvar un país. Iglesias y Rivera están jubilados políticamente, son jóvenes y tendrán tiempo para reflexionar sobre las causas del auge y la caída de sus figuras en la escena política española. Creerse imprescindible es arriesgado en la vida y también en la política.
El fracaso de Albert Rivera y Pablo Iglesias pudiera atribuirse a su «juventud» en un universo gerontocràtico como es la politica del estado español: siempre hay viejos tiburones acechando en la oscuridad. O su ensimismado personalismo. Caminando deprisa, con su yo y su circunstancia a cuestas, se han dejado la circunstancia atrás.
Pero son dos casos distintos. A Rivera le cortaron las alas del dinero: «No money, no politics». A Iglesias le ha faltado mirar justo detrás y ver cuantos le seguían, cuando algunos le habían ya pasado y adelantado, como Errejón.
Nadie va a echarles de menos, seguro.
Mientras la serpiente sigue poniendo e incubando huevos y los «encantadores de serpientes» como Ivan Redondo o MAR miran de afinar sus instrumentos desafinados.
Desde un rincón mediterràneo, con la vista en otros horizontes, la verdad es que me da una higa lo que les haya pasado…