Una de las consecuencias de la crisis económica y social que empezó hace diez años es la polarización de la vida política en las democracias liberales. No hay excepción. Desde Estados Unidos a Francia pasando por Suecia y Alemania. Las causas son distintas pero los efectos son los mismos. La división es particularmente dura en Gran Bretaña a causa del Brexit.
Theresa May pasó por el desagradable trance de posponer la votación prevista para ayer en el Parlamento. La retrasó sin ponerle fecha porque la habría perdido. Más de cien diputados de su propio partido se habían manifestado en contra de un acuerdo con la UE que no convence a nadie, ni siquiera a varios ministros de su propio Gobierno.
El referéndum de junio del 2016 se pronunció por la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. El primer ministro David Cameron dimitió a las pocas horas de haberlo perdido. Theresa May cogió el relevo, dijo que “Brexit es Brexit”, convocó elecciones, perdió la mayoría, depende de diez diputados del Ulster y ahora regresa a Europa para mendigar un nuevo acuerdo que Bruselas no está dispuesta a conceder. No hay que olvidar que el Brexit se construyó sobre mentiras gruesas.
May no se rinde pero vivió uno de los momentos más humillantes de un primer ministro. Los británicos resbalan por el declive desde hace muchos años. Pero mantienen el vigor y el sentido político de sus instituciones. La pregunta que ha flotado en los dos últimos años en la política británica es si un Gobierno puede adoptar una decisión de estas magnitudes, obedeciendo el mandato de un referéndum, en contra de lo que piensa, opina y vota el Parlamento.
El lunes se comprobó que Theresa May no puede ejecutar el acuerdo que consiguió hace un mes con la Unión Europea sin la aprobación del Parlamento. El líder laborista, Jeremy Corbyn, abrió la réplica diciendo que el Gobierno ha perdido el control de los acontecimientos y el país se ha instalado en el caos.
El reloj va corriendo desde que se activó el artículo 50 y lo más probable es que el próximo 29 de marzo Gran Bretaña deje de formar parte de la UE. El pretexto ha sido que a partir de esa fecha existirá una frontera dura (el backstop) entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda. Ese punto es el que May quiere renegociar con Bruselas en la hora undécima. Y va a ser que no.
La suerte de la primera ministra está echada por haberse empeñado en un Brexit que a medida que progresaban las negociaciones se ha observado que perjudicará los intereses de Gran Bretaña y pondrá en peligro también los acuerdos de paz del Ulster del Viernes Santo de 1998.
May puede empeñarse en seguir con el acuerdo saltándose el Parlamento, lo que significaría su caída como primera ministra, puede convocar elecciones o, lo que sería más inteligente, convocar un nuevo referéndum tal como le sugerían varios diputados de su partido. En todo caso, el experimento ha sido nefasto para la paz cívica y política de un país que, a pesar de todo, se aferra a las instituciones y no abandona la preponderancia de un Parlamento que no quiere perder sus fueros.
Las ironías del parlamentarismo británico propiciaron la intervención del excéntrico speaker John Bercow, al comentar a la primera ministra que aplazar una votación anunciada sería considerado como una descortesía por “this House”, esta Cámara. Un veterano diputado conservador resumió bastante bien la situación al decir que “esta Cámara no está dividida entre partidos sino entre facciones”.
Pero es en el Parlamento, con sus partidos o facciones, donde se dirimen las cuestiones que afectan a los intereses ciudadanos. Se hace hablando, discrepando, ironizando, con gritos, con burlas… pero siempre dentro de las instituciones. La política no se hace en la calle a no ser que se trate de organizar una revolución.
El presidente Emmanuel Macron tiene una amplia mayoría en la Asamblea Nacional pero no puede dialogar con los cientos de miles de chalecos amarillos que han paralizado varios fines de semana el país. Tiene que hacer un discurso después de haber cedido en varias peticiones a los manifestantes. No tiene partido ni interlocutores.
Desde la Revolución de 1789 hasta el Mayo de 1968 pasando por 1848 y 1870, los franceses suelen expresar su descontento en las calles. Las soluciones suelen ser dramáticas. El domingo 2 de diciembre en todas las capitales andaluzas muchos partidarios de Pablo Iglesias salieron a protestar por el inesperado avance de Vox sin preocuparse de que aquel mismo día habían perdido decenas de miles de votos en las urnas. En Catalunya existe también la práctica de la calle pensando que es el lugar apropiado para hacer política. Y no es así. Hace ya varios años que el Parlament no es el centro de la discusión política, un ámbito de debates apasionados, contradictorios y vivos. Una institución donde se aprueban leyes que el Ejecutivo se encarga de poner en práctica. O recuperamos las instituciones o la democracia saldrá fuertemente perjudicada.
Publicado en La Vanguardia el 12 de diciembre de 2018
Lo del brexit es de chiste (malo)
Lo de aqui entre ayunos, vias eslovenas y otras lindezas es patetico.
Lo de las españas es un girigay.
Los unicos que sacan el agua clara a base de garrote y tentetieso eso si, son los franceses.
Els carrers seran sempre nostres?
El 21 entra el invierno. La glaçada sera del tot calenteta.