La Europa desconcertada

De todas las interpretaciones posibles sobre el no rotundo de los franceses a la Constitución europea me quiero fijar en dos que me parecen evidentes. La primera es que Francia ha perdido el liderazgo político en la Unión Europea y la segunda es que la Constitución, elaborada con la colaboración principal de mentes francesas, ha entrado en un estado caótico y posiblemente agónico.

El canciller Metternich, que movió los hilos de la diplomacia europea tras la derrota de Napoleón, decía que cuando Francia estornuda, Europa está constipada. Las ideas que han salido de Francia, desde las de la Ilustración que precedieron a la Revolución de 1789 hasta las de mayo de 1968, han tropezado siempre con una inicial resistencia en el continente.

Finalmente, las ideas de Francia se han ido abriendo paso en toda Europa, llegando a configurar sistemas políticos, modas literarias, costumbres y demás actitudes cívicas. De Francia han venido las ideas más frescas, innovadoras y modernas.

Los franceses que tuvieron la visión y el acierto de diseñar lo que hoy es la Unión Europea pretendían borrar del imaginario colectivo continental el horizonte de las guerras entre estados y naciones. El basta a la guerra pronunciado por aquellos padres de la nueva Europa tenía un punto de grandeza que consistía en crear un ámbito propio de convivencia y prosperidad a cambio de ceder en aquellos puntos que podían herir el orgullo nacional.

Desde que De Gaulle y Adenauer se repartieron los papeles en la construcción de la nueva Europa, se sabía que Francia era la depositaria del liderazgo político y que Alemania aportaba el motor económico. Presidentes franceses conservadores y cancilleres alemanes socialdemócratas se repartían los papeles.

El binomio funcionaba igual cuando Francia tenía un presidente de izquierdas como Mitterrand y Alemania un canciller conservador como Kohl. Este reparto de funciones ha continuado hasta el domingo, con un Chirac conservador y un Schröder socialdemócrata.

Europa ha llegado hasta aquí con la complicidad entre los partidos conservadores y socialdemócratas de todos los países que se han sumado a lo que hoy es la Unión Europea. Los resultados del referéndum del domingo han roto este equilibrio. El debate tan transversal como intenso que condujo al no ha puesto de relieve la confusión de los franceses sobre el papel de su propio país en Europa y sobre la percepción que ellos mismos tienen sobre la realidad francesa.

Nadie puede atribuirse el no que se distribuye desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda pasando por una división clara entre las fuerzas de la derecha y de los socialistas. El no que nos ha llegado no tiene paternidad. Y el sí tampoco. Éste es el problema para descifrar los resultados que han dejado a la Constitución europea herida de muerte, por mucho que se quiera mirar hacia otra parte y seguir con el proceso de ratificación del tratado en los estados que todavía no lo han hecho.

Al votar no, los franceses han expresado también sus miedos al no querer afrontar los riesgos de la ampliación, al no llevar a cabo las reformas necesarias y al no aceptar las consecuencias de la globalización. Las ideas que han llegado de Francia son en esta ocasión reaccionarias.

Y, sobre todo, expresan una enfermedad política que afecta también a Holanda, Alemania y Gran Bretaña. En todos los casos está el desequilibrio entre lo que pretenden impulsar las clases dirigentes sin tener en cuenta las ansias y las inseguridades de sus respectivos electorados. Francia y Europa pierden peso cuando más necesario era para no quedar descolgadas de Estados Unidos.

  1 comentario por “La Europa desconcertada

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