Trampas en las pasiones del fútbol

Es imprudente para un barcelonista confeso y apasionado hablar de crisis en el fútbol europeo después de las satisfacciones tan profundas, casi diría que íntimas, experimentadas durante tres pletóricos días en un París que ha sonreido a los azulgranas en la final de la Champions.

No me refiero al Barça que vive tiempos de gloria inolvidables sino al gran escándalo del fútbol italiano y también al informe que acaba de hacer público la Unión Europea recomendando medidas más estrictas para regular el comportamiento de la gestión del fútbol europeo.

El escándalo en el fútbol italiano es la historia de una trampa en la que el prestigio de la gran Juventus se ha descalabrado hasta el punto de poder perder el título de Liga y descender a la segunda división. El caso está en manos de un fiscal del grupo de juristas de las “manos limpias” que sacudió a la clase política y empresarial de Italia en los años noventa.

Las acusaciones de comprar partidos, árbitros, amañar resultados para las casas de apuestas, manipulaciones de todo orden, afectan a la Juventus pero también a equipos históricos como el Milan, Lazio y la Fiorentina. El fútbol italiano que mueve tantos intereses y tantas pasiones necesita unos tiempos de transparencia para recuperar su prestigio. El presidente de la popular Juventus, Luciano Moggi, tendrá que probar su inocencia ante las pruebas de corrupción que parecen irrefutables tras muchas horas de conversaciones grabadas por orden judicial.

En el mandato británico de la Unión Europea se encargó al ex vice primer ministro portugués, José Luis Arnaut, un informe sobre la situación del fútbol europeo en colaboración con la Uefa. El trabajo fue presentado el martesy las conclusiones son muy esclarecedoras. Se recomienda adoptar más transparencia en los salarios de los jugadores, un control más efectivo y estricto sobre las empresas de apuestas, sobre los agentes que compran y venden jugadores y una gobernación de los clubs de fútbol ajustada a una cierta reglamentación.

Hay que proteger la integridad de las competiciones, vigilar el tráfico de dinero negro, clarificar la propiedad de los clubs y evitar los abusos en los trasiegos de jóvenes futbolistas. Hay que poner freno a los brotes de racismo y xenofobia que con demasiada frecuencia observamos en los estadios en los que corren jugadores de muchas etnias y culturas.Un fenómeno de masas seguido por cientos de millones de humanos no puede estar en manos de cuatro espabilados.