La historia ni se repite ni se borra

La historia está sepultada bajo frondosos bosques de tilos, robles y acacias. El paisaje de las planicies del Marne es silencioso y perturbador. Hace poco más de un siglo que sonaron los cañones de agosto y empezó la Gran Guerra (1914-1918), la primera que enfrentó a los pueblos porque fueron los pueblos los que lucharon y murieron en las trincheras del continente.

La visita a los escenarios de la batalla de Verdún y al vagón del armisticio en los bosques de Compiègne se produce en medio de un respetuoso silencio que hasta los escolares guardan con solemnidad. Hay todavía 800 hectáreas cubiertas de bosques intransitables por la cantidad de explosivos no detonados, cascos de soldados alemanes o franceses, huesos escondidos y obuses hundidos en la tierra y ahora cubiertos de frondosos árboles.

Desgraciada tierra llana de la vieja región de la Picardía y de la gran apertura que se abre desde Alemania para penetrar hacia Bélgica y poder­ entrar en París por el norte.

La chispa de Sarajevo en junio de 1914 encendió el corazón de Europa, hizo caer cuatro imperios, diezmó una generación de jóvenes que mayoritariamente fueron a la guerra con entusiasmo para defender a su patria. Transitar por las trincheras, los fuertes, las canteras y los lugares del sufrimiento de tantos cientos de miles de soldados produce escalofrío. Los museos de Compiègne y de Verdún reproducen con bastante neutralidad lo que fue aquella primera gran tragedia del siglo pasado.

La batalla de Verdún duró 300 días y consumió sesenta millones de obuses. Fue en estas tierras donde los alemanes utilizaron los gases lacrimógenos que más tarde serían el arma de destrucción más mortífera usada también por los soldados franceses y británicos. No había prensa sobre el terreno y la información era suministrada por los estados mayores. La propaganda era el arma más poderosa.

Verdún y el vagón de Compiègne, dos muestras de autodestrucción y de reconciliación europeas
El joven Gaziel habla en sus crónicas en La Vanguardia de la siniestralidad mortífera en los campos de batalla. El general Foch, nacido en Tarbes y de habla occitana, fue el héroe más destacado, junto a los generales Joffre y Pétain. El capitán Charles de Gaulle fue herido en Verdún. La estatua de Foch sigue levantada en el mismo pedestal que se colocó en 1922. Ni siquiera Hit­ler se atrevió a destruirla cuando pasó por aquí y se llevó el vagón de Compiègne a Berlín, en un gesto de venganza por la humi­llación de Francia a Alemania en el tratado de Versalles firmado en 1919.

El gigantesco osario de Douaumont contiene los restos de más de 130.000 soldados franceses y alemanes, cuyos cuerpos no pudieron ser identificados. Un gran cementerio con miles de cruces perfectamente alineadas, con nombres y apellidos de franceses caídos, rodean el tenebroso osario de víctimas anónimas.

Fue el comienzo de un siglo de grandes progresos materiales, pero también de odios fabricados por quienes mandaban en Berlín y en París. George Steiner recuerda en su libro La idea de Europa que entre agosto de 1914 y mayo de 1945, desde el círculo polar Ártico hasta Sicilia, desde Lisboa hasta el Volga, unos cien millones de hombres, mujeres y niños murieron a causa de la guerra, el hambre, la deportación y las matanzas étnicas como el Holocausto armenio de 1915 o el de los judíos por parte de Hitler.

La paz entre Francia y Alemania es la mejor garantía de estabilidad en Europa y en el mundo. Es memorable la imagen de François Mitterrand y Helmut Kohl dándose la mano en el cementerio de Douaumont en 1984, en Verdún, señalando la amistad entre los dos pueblos y, a la vez, recordando con amargura las lecciones aprendidas de un pasado horrible. Desde que De Gaulle y Adenauer firmaron el tratado del Elíseo en 1963, todos los mandatarios de Francia y Alemania se han reunido regularmente cada año.

Es compartida la idea de que la Gran Guerra fue una crisis moral de civilización que todavía perdura cuando se piensa que la fuerza es el único instrumento para garantizar la paz. Mitterrand lo dijo en el Parlamento Europeo: “Si no superamos nuestra historia, se impondrá la guerra; el nacionalismo es la guerra. No solo es el pasado, sino que puede ser nuestro futuro”. La historia no se repite, pero tampoco se borra. Las guerras a trozos actuales son un mal presagio.

Publicado en La Vanguardia el 23 de julion de 2025

 

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