Víctimas somos todos

El dolor por la muerte de una persona próxima en un atentado terrorista es un sentimiento intransferible. Lo hemos visto en directo durante más de treinta años con ocasión de cientos de funerales en los que los familiares exhibían su consternación por el asesinato de un ser muy querido sin que tuviera nada que ver con el conflicto creado por la banda terrorista etarra, por organizaciones violentas de todo tipo y, más recientemente, por la sangrienta matanza de Madrid que causó casi doscientas víctimas.

Que los parientes, amigos y conocidos de las víctimas se organicen para defender los intereses y el buen nombre de los asesinados es un derecho innegable y un deber que muchos practican generosamente para asistir a los más directamente vinculados con las personas desaparecidas. El terrorismo ha matado indiscriminadamente sin detenerse en si las víctimas eran de derechas, de izquierdas, militares, niños, vascos, castellanos, catalanes o andaluces.

Esta realidad permite pensar que las asociaciones de víctimas del terrorismo no puede convertirse en un arma política para atacar o defender a un gobierno, a un ministro o a cualquier personaje público que pueda estar relacionado con la lucha contra el terrorismo y sus consecuencias.

Los incidentes ocurridos en Madrid el sábado pasado dieron la impresión de que todas las víctimas eran de un mismo color. ETA perpetró la matanza de Hipercor, mató a personajes como Francisco Tomás y Valiente, Francisco Ordóñez, Ernest Lluch, Miguel Ángel Blanco, concejales populares, guardias civiles, militares y cientos de personas sin relieve público.

En el griterío de la manifestación madrileña, con insultos al gobierno y con un intento de agredir al ministro José Bono, no ví representado el dolor compartido por miles de personas que desde su silencio y anonimato también son víctimas de primera línea de las acciones terroristas de cualquier signo.

Comprobé, además, lo que había ya sospechado en muchas ocasiones en los últimos veinte años. Que el terrorismo, también sus víctimas, ha sido instrumentalizado de forma innoble para hacer política de partido.

Con todas las distancias que haya que establecer, las víctimas del terrorismo somos todos. Todos los que no podemos aceptar ningún tipo de violencia para imponer criterios políticos. Todos los que no entendemos cómo se puede disponer de una vida ajena para forzar una nueva situación política. Todos los que quedamos sin discurso cuando alguien cae víctima de las balas o las bombas de los fanáticos. Todos los que pensamos que las diferencias políticas, por muy distantes que sean, se pueden resolver a través del diálogo y de la negociación. Todos los que estamos preocupados por la convivencia que, por difícil y complicada que sea, es un bien al que no se puede renunciar dejándolo en manos de los extremos, de los que no quieren convivir sino imponer sus criterios. Y creo que somos muchos, posiblemente la mayoría, tanto votantes conservadores, de izquierdas o nacionalistas de cualquier periferia.

Escuchar por radio que la señora Pilar Manjón, que perdió un hijo en los atentados de Atocha, pronunció su célebre discurso en el Congreso siguiendo consignas del partido del gobierno me parece un insulto a la inteligencia y una falta de sensibilidad impresentable.

Los muertos, por desgracia, ya no pueden hablar. Si pudiéramos escuchar sus voces desde la ultratumba, tan variadas como variado es el macabro cementerio construido por los terroristas, estoy seguro que nos pedirían a todos que fuéramos más sensibles y que no se destruyan más vidas de forma absurda y estéril. Este es el objetivo.

  1 comentario por “Víctimas somos todos

  1. Estimado administrador:

    Algunos de nuestros comentarios incluyen vínculos que no son ya válidos y que pudiesen llevar hoy a una tercera persona. Por tanto le ruego que los deseche o desestime.

    Recuerdos,

    Iza, Roberto Iza

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