En el Intercontinental de Kabul

Inercontinental de Kabul en 1979

El gran Manu Leguineche escribió un libro sobre los hoteles más emblemáticos del mundo que él ha frecuentado en su larga etapa de corresponsal de guerras, cumbres y conflictos diversos. Hemos compartido con Manu esos reductos de los periodistas de la guerra fría, ya fuera para pasar un par de noches o para tomar una copa en el bar del hall. Hemos visitado el Norfolk de Nairobi, el Rafles de Singapur, el Peninsula de Hong Kong, el Miekles de la antigua Salisbury, hoy Harare; el Imperial de Delhi, el King David de Jerusalén, el Pera Palace de Estambul, La Mamounia de Marrakech…

Todos componían una red tejida por la Inglaterra imperial que procuraba disponer de lugares tranquilos y cómodos para sus diplomáticos y altos funcionarios desde los tiempos victorianos. Muchos quedan todavía como una señal de calidad y distinción y otros se han vulgarizado hasta el extremo como el Miekles de Harare.

El Intercontinental de Kabul no entraba dentro de esta categoría. Fue construido en los años setenta para albergar al turismo incipiente que empezaba a llegar a Afganistán. Corona una colina desde la que se contempla la gran llanura de Kabul, con las estribaciones del Himalaya al fondo.

Llegué al Intercontinental de Kabul el día de Nochevieja de 1979. Un metro de nieve en las calles y patrullas de soldados soviéticos que abrían paso a los batallones, diez en total, que irían ocupando Afganistán en los próximos meses. Sólo había periodistas en las pocas habitaciones ocupadas de aquel inmenso hotel. Americanos, británicos, franceses, italianos… y Xavier Vinader y un servidor. Los periodistas del llamado bloque soviético se alojaban en el hotel Moscú.

No podíamos movernos del hotel. Por el frío y porque los soviéticos acompañaban al Intercontinental, con una camioneta militar, a todos los despistados que salían de Kabul en busca de información. El teléfono no funcionaba y el télex tampoco. Todos nos arriesgábamos a bajar al aeropuerto para entregar a una paloma un sobre con un escrito de lo que veíamos desde el hotel. Las crónicas que están en la hemeroteca de este diario de aquella época fueron enviadas por una paloma que las entregaba en Delhi y desde allí, un contacto previamente establecido, las tecleaba a la sección de Internacional.

Pasé dos meses en el Intercontinental de Kabul hasta que fuimos invitados a abandonar el país a finales de febrero. Huimos en autobús, con Bob Fisk, hacia Pakistán. El Intercontinental ha tenido una vida azarosa, siempre arriesgada, lleno de espías y de periodistas aturdidos, ya fuera por la invasión soviética de 1979 o por la entrada de los norteamericanos para derrocar a los talibanes después del 11-S. Un lugar interesante pero muy peligroso. El martes fue atacado por unos talibanes y murieron 18 personas. Un piloto mallorquín entre ellas.

Publicado en La Vanguardia el 30-6-2011

  19 comentarios por “En el Intercontinental de Kabul

  1. He colocado apostillas a algun comentario de los compañeros de blog. No se me ocurre nada mas. Todo es muy bestia. En casa estabamos viendo un programa de TV3 «Veterinaris»: mil y un cuidados para mascotas y otros animalitos que tenemos por aqui en nuestro aun confortable primer mundo. Me parece muy bien y lo digo sinceramente, pero no es muy bestia lo que sucede con millones de personas de otros mundos segundos y terceros que solo conocen la guerra y violencias de todo tipo y no tienen nada de nada? Y un cuarto mundo que ya es como muy visible en nuestras ciudades?

    • Francis, como ves al Sr.Foix ya le hacian salir hace 32 años a fumar su pipa fuera del hotel, en Kabul fueron precursores…

        • Dogbert, Josep Pla nos dejó en su Quadern Gris algo parecido a lo que pedimos al Sr.Foix con su Libreta.

          18 de juliol(1918). – Cap al tard, he anat al mas: A l’era batien amb les eugues. El sol ha torrat la gent. Sobre aquest color, que torna fantasmal el blanc dels ulls, la pols, el boll i la suor els han posat com una crosta de color d’argila, que esdevé d’un color d’ala de mosca a mesura que la llum de la tarda es va afeblint. Els animals, enllustrats per la suor, tenen una bromera blanca a la boca. Després de descollar, la gent s’asseu a terra, rendida.
          Retorn dins un crepuscle d’una lluminositat blanca, lleugerament tocat de rosa, amb el blau pur, profund, estèril, de l’arcada del cel.

          Davant de la terrassa del cafè passa una noia molt jove, amb aquella cosa torbadora, cenyida i impenetrable de les formes adolescents, les faldilles curtes, com una campaneta, sobre la polpa turgent, l’anca, la cuixa i les cames plenes. Un home assegut a la taula del costat em pica l’ullet.
          Si ho recordo bé, tenia els cabells del front una mica en desordre i els ulls grans, parats, una mica enfonsats –tocats per un desdibuixament flotant, que la rosada galta immediata il·luminava de carmí lleugerament.
          La noia ha passat i només ha quedat, penjada a l’aire, la sinistra guinyada del meu veí de cafè.

          Si la nostra ànima és la nostra capacitat d’il·lusió –les nostres il·lusions–, deu ésser per això que hi ha tanta gent que tenim ànima de càntir.

          Entre els qui no tenen mai un no i els qui no diuen mai que sí, no sabria pas qui triar. Són les dues màximes creacions de l’energumenisme espontani del país.

          Ciset Vilà, un marxant de boscos, fill, com el general Savalls, de la Pera, sol explicar que quan aquest general corria pel país fent la segona guerra carlista es presentà un dia al seu poble natal, muntat en el seu cèlebre cavall blanc que figura a les litografies, rodejat dels principals personatges de la seva partida. La mare del general, que vivia pobrament a la Pera, en sentir el galop de les cavalleries, tragué el cap per la finestra i, passat el primer moment d’esglai i de sorpresa que la presència del seu fill li produí, reaccionà d’una manera indignada i viva.
          –Ets tu, perdulari? –cridà mirant-se’l amb menyspreu. Ja la pujarem dreta, la paret! ¿No et dónes vergonya de fer parlar tant de tu? Tenim totes les terres ermes… Vés corrent d’una banda a l’altra, perdut, vés fent guerres i bestieses…
          Savalls deixà que la vella pagesa irascible, vociferant en el marc de la finestra, s’esbravés, sense baixar del cavall, amb una rialleta.
          –Pareu la falda, mare! –digué quan li semblà que l’envestida afluixava una mica.
          –Estàs prou d’orgues, berçaeugues… !
          –Pareu la falda, us dic! –cridà el general amb una lluminosa cara d’animal enriolat i satisfet.
          I mentre li repetia la comminació llançà un grapat d’unces d’or pel buit del marc de la finestra.
          La silueta de la vella desaparegué una estona: el temps de collir les unces escampades per terra. Després, en reaparèixer, digué amb una veu notòriament canviada, la cara endolcida:
          –Entra! Berenarem una mica… Feia tant de temps que no ens havíem vist! La llonganissa, aquest any, és de primera.
          El general baixà del cavall i mare i fill s’abraçaren tendrament. No solament berenà, sinó que sopà i dormí a la casa paterna. En realitat hi estigué tot el temps compatible amb la seva seguretat personal. La satisfacció de la mare durà tot aquest temps i una mica més –fins que duraren les unces de la guerra.

  2. Sr. Foix,
    Su álbum de fotografías debe ser impresionante, y su libreta de notas una fuente de datos y anécdotas sin par. ¿Se ha planteado escribir sus memorias profesionales?

  3. Sr.Foix: Debería Vd enviar esta foto a nuestros ministerios de Exteriores y Defensa, más que nada para que sepan que si después de treinta y dos años, desde su llegada a Kabul, sigue la guerra en Afganistán, nuestra estancia en misión de paz o cómo se le quiera definir, no tiene visos de poder conseguir los objetivos mínimos planteados en ella, nos iremos y seguirá el mismo problema que había cuando Vd llegó, o peor…

    • Exacto. Todo seguirá igual ó peor. Y España habrá gastado miles de millones de Euros en balde.

      De hecho no tiene sentido permanecer en Afganhistan, si no es por el compromiso de la fabricación y venta de armas.

      • Irá a peor Albert, ya que no hay allí periodistas de la talla de Leguineche o Foix explicandonos la realidad de la guerra, ahora hay prensa rosa…

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