Maragall y los almendros

Aparcando por un momento la crisis del tres por ciento y en espera de que el “souflé” catalán entre en estado de reposo, como pide Maragall desde Uruguay, se me antoja hablar del temporal de frío y nieve que se ha abatido sobre el levante mediterráneo.

El invierno perdura más allá de lo previsto. No sé si el clima global se calienta, como auguran los expertos. Lo que sí constato es que los fríos del tardo febrero y comienzos de marzo son una excepción en el largo historial metereológico de nuestras tierras.

Una señal cierta de que el invierno se resiste a abandonar sus fríos dominios es el silencioso estado de los almendros. Ni una sola flor se ha atrevido a colorear los primeros campos del interior. Es a finales de enero cuando las temerarias flores asoman sus pétalos blancos para ser destruidos por una madrugada de heladas finas.

Es el poeta Joan Maragall, abuelo del president, el que compuso hermosos versos sobre la frivolidad de los almendros al atreverse a florecer antes de tiempo. “A mig aire de la serra veig un ametller florit, Déu te guard, bandera blanca, dies ha que t’he delit! Ets la pau que s’anuncia entre el sol, núvols i vents…”.

Los almendros están quietos. Sólo los que se asoman al litoral mediterráneo han empezado a colorear el verde dormido y ocre de los campos de las orillas. Los del interior duermen todavía el largo sueño invernal. En pocas semanas, quizás unos días, estallará la gran sinfonía colorista de estos árboles tan ingenuos. Se atreverán a florecer, como siempre antes de tiempo, arriesgando que una tenue noche fría acabe con su audacia.

Todo este fenómeno transcurre normalmente a finales de enero. Más de un mes llevan de retraso. El frío ha detenido el ciclo natural de la espectacular floración de los almendros. El pequeño milagro de cada invierno no se ha producido todavía. Cuatro mañanas soleadas les despertará de su insomnio y se manifestarán con la espontaneidad y frivolidad de siempre.

No saben el riesgo que corren. Ellos quieren ser los primeros en levantar acta de que la primavera se acerca. Lo hacen con la valentía de los audaces. Este año pueden tener más suerte de lo habitual. Los fríos han sido muy tardíos y puede que su arrogancia no sea castigada por las traidoras heladas de marzo. Todavía están escondidos y no han desplegado sus primerizos encantos. A lo mejor tienen suerte y las primeras flores serán las que perduren hasta la cosecha de otoño.

Poco saben los almendros de tres por cientos o de souflés en estado de reposo. Van nuevamente a arriesgarse para proclamar que los ciclos vitales se cumplen inexorablemente, aunque sea con un poco de retraso. Van a mostrar sus floraciones blancas y rosáceas, un espectáculo que dura tres semanas que va a dar paso al verde intenso de las hojas que cubrirán el árbol en todo el verano.

Benditos fríos que aseguran que los almendros correrán este año menos riesgos. Pero los riesgos existen. Ellos no lo saben pero los que los hemos contemplado año tras año, sí que lo sabemos.