Alemanes y japoneses

En Weimar fue un domingo de tristes emociones mientras un millar de personas, víctimas o parientes de las víctimas del campo de concentración de Buchenwald, se reunían en el Teatro Nacional de la ciudad en cuya entrada se levantan dos grandes estatuas de Goethe y Schiller. Se conmemoraba el sesenta aniversario de la liberación del campo por las tropas norteamericanas. Jorge Semprún, superviviente de aquella tragedia, recordó su amarga experiencia.

El canciller Schröder expresaba la vergüenza que deben sentir los alemanes por “el hambre, la enfermedad, el terror sádico y la muerte sistemática” que costó la vida a más de cincuenta mil internados entre los que se encontraban judíos, prisioneros de guerra soviéticos y otros grupos humanos detestados por el régimen de Hitler.

El canciller pidió perdón a las víctimas y a sus familiares y evocó que la siniestra historia de Buchenwald continuó después de la derrota nazi cuando el campo se convirtió en una prisión estalinista en la que murieron varios miles de internados.En varias ciudades chinas, muy lejos de Weimar, miles de manifestantes se concentraban en la embajada japonesa en Pekín y en los consulados nipones de Cantón y Shenzhen para protestar contra la revisión de los libros de texto japoneses sobre la ocupación de China entre 1931 y 1945.

Japón aspira a ocupar un puesto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Esta aspiración japonesa ha removido la memoria de los chinos que durante trece años fueron ocupados por el imperio del Sol Naciente que formó parte más tarde del eje entre Berlín, Tokio y Roma.

En sus espléndidas crónicas de China, Rafael Poch nos recuerda que entre veinte y treinta millones de chinos murieron durante la cruel ocupación de su país por los japoneses. En los libros de texto que entrarán en vigor en próximo curso se habla de aquella invasión como del “incidente de China”. La matanza de Naking, en la que murieron entre cien mil y trescientos mjl chinos, se presenta como “dudosa” o como “motivo de debate”. Las manifestaciones no están autorizadas en China. Pero varios miles de ciudadanos se concentraron ante la embajada japonesa y ante la residencia del embajador rompiendo cristales y causando otros desperdicios. El ministro de Exteriores japonés ha pedido una disculpa a las autoridades chinas que no ha llegado todavía.

Utilizando el correo electrónico, páginas de Internet y mensajes de móviles, las inesperadas concentraciones atacaron restaurantes japoneses, vallas publicitarias y anuncios de coches nipones. Una campaña popular ha recogido veintemillones de firmas en China pidiendo el boicot comercial a los productos japoneses.

Estos dos hechos, en Weimar y en China, tienen en común las barbaridades cometidas por la Alemania nazi y el régimen totalitario japonés durante la última guerra. El ex canciller alemán, Helmut Schmidt, ha escrito páginas interesantes sobre las diferencias entre Alemania y Japón al enfrentarse a las causas y consecuencias de la guerra. La principal causa de las diferencias, dice, es que a los japoneses les ha faltado el sentido de la culpabilidad.

Los alemanes han pedido perdón y han aceptado la culpa mientras que los japoneses no han asunmido este sentido nacional de haber cometido tantos abusos y barbaries. La historia de Alemania es una historia trágica, pero también es una historia de generosidad que en estos momentos les permite situarse en la vanguardia de una expansión democrática y universalista de la idea de Europa.

Los japoneses han protagonizado un milagro económico universal. Pero se les ha olvidado pedir perdón a media Asia.

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