El debate del bienestar en Alemania

Casi un mes después de las elecciones generales en Alemania los dos principales partidos han llegado a la conclusión de que lo mejor para el futuro inmediato del país es una “grosse koalition” entre cristianodemócratas y socialdemócratas.

Ya ocurrió entre 1966 y 1969 cuando Willy Brandt se convertía en el primer socialista que ocupaba una cartera, la de Exteriores, en un gobierno federal después de la guerra. Los socialistas entraban en el gobierno y lo dirigieron intermitentemente el propio Willy Brandt, Helmut Schmidt y hasta hace bien poco Gerhard Schröder.

Lo más relevante no es que Angela Merkel va a ser la primera mujer que ocupa la cancillería en la historia de Alemania. Lo que me parece más significativo es que la primera potencia europea y la tercera economía mundial haya tenido que recurrir a la anomalía de una gran coalición porque los alemanes no se pusieron de acuerdo para otorgar un mandato claro a ninguno de los dos principales candidatos.

Las grandes coaliciones no suelen perdurar porque responden a crisis o emergencias nacionales en las que se necesita el concurso de todos para superar problemas de fondo muy serios.Los alemanes no quisieron dar a Merkel el apoyo que necesitaba para llevar a cabo reformas estructurales ultra liberales pero tampoco mantuvieron a Schröder para que las continuara gradualmente.

Lo que está en juego en toda Europa es cómo administrar el gran éxito que ha supuesto el estado del bienestar. Se ha creado una situación en la que se ha fomentado un reparto más equitativo de la riqueza, se ha protegido a los más desfavorecidos, las pensiones de los mayores están más o menos aseguradas y la educación y la sanidad llegan a todos los ciudadanos.

El debate no es si hay que recortar todos esos beneficios sino más bien cómo se puede sostener el inmenso gasto de toda esta estructura administrada por los presupuestos públicos que se alimentan a su vez de la productividad de la economía nacional. Europa sabe que esta situación que garantiza una cierta dignidad personal y colectiva necesita una reforma. No para eliminar los beneficios sino para racionalizarlos.

Los alemanes son conscientes de que esas reformas son necesarias. El sector público francés salió a la calle el pasado jueves para protestar contra las tímidas reformas del gobierno Villepin.

En Italia ni siquiera se han planteado con un Berlusconi que gobierna un país a trancas y barrancas como si fuera una gran empresa. El pasado viernes los belgas practicaron un día de huelga general en contra de la reforma de las pensiones. Los sindicatos españoles advirtieron ayer sobre la inadecuación de las reformas laborales que puede acometer el gobierno Zapatero.

Los alemanes vinieron a decir que con las reformas que había hecho Schröder ya tenían bastante. En Alemania, decía ayer un diario británico, las escuelas terminan a la una de la tarde, las tiendas cierrran a las ocho de la noche, la mayoría de empleados trabajan 35 horas a la semana y los sindicatos tienen el cincuenta por ciento de votos en la mayoría de consejos de administración. La lista es más larga. Tanto en Alemania como en Francia y la mayoría de la UE.

Es el mejor de los mundos. Y sólo cabe calificar esta situación de un avance histórico de la política social europea. Pero, como diría Josep Pla, ¿eso quién lo paga? Pues sale de los beneficios de la economía nacional y de los impuestos que se graban sobre ella. ¿Hay tanta tarta para todo? Esta es la cuestión que la gran coalición liderada por Merkel tendrá que abordar. No tiene la fuerza que tenía Thatcher en 1979 y deberá hacerlo con la oposición que, además, tendrá mayoría de carteras en su gobierno.