Tres días en París

He pasado tres días en París, entre el Boulevard Saint Germain y el flamante nuevo estadio de Saint Dennis. La capital de las luces ha tenido dos colores dominantes estos días. El azulgrana y el amarillo que lucían las camisetas, bufandas y distintos amuletos identificativos del Barça y del Arsenal.

Dos equipos que no tenían cuentas pendientes. Es más, había una serie de complicidades que hacían que las dos aficiones confraternizaran por las calles parisinas pendientes del encuentro que iba a determinar qué equipo es el mejor de Europa.

El Barça eliminó al Chelsea, «a very unatractive club», según comentario de un seguidor sensato del equipo londinense que llegaba a la final. Y el Arsenal envió a las tinieblas al Real Madrid. Los dos llegábamos habiendo hecho un favor inestimable a los adversarios ocasionales del momento.

Ganó el Barça pero los del Arsenal lo encajaron con caballerosidad y con «fair play». Un gran talante deportivo presidió la final de la Champions. Caminando por la rue de Rivoli, a las tantas de la madrugada, intercambiamos un cortés saludo con un grupo de londinenses que digerían la derrota con deportividad.

Los ingleses fundaron el fútbol pero los franceses lo organizaron. París estaba de fiesta, aunque los protagonistas fueran forasteros. Desde el Boulevard Saint Germain participamos en tertulias capitaneadas por el gran comunidador que es Antoni Bassas. Horas y días inolvidables. Todos los que colaboramos en los programas de radio en aquella fiesta nos conocimos más en esa final que en años de haber colaborado en programas radiofónicos.

Son los prodigios que opera el deporte. Tanto en la dicha como en la adversidad. Las emociones desbocadas, aunque contenidas, en el estadio de Saint Dennis nos dejaron clavados en las gradas. No queríamos abandonar el recinto. Tuvieron que venir los señores y las señoras encargadas de limpiar el estadio para pedirnos que abandonáramos el recinto.

Lobo Carrasco terminaba una crónica perdido en la soledad del estadio hasta que le invitaron también a desalojar la zona. Carrasco acabó la crónica en las afueras, pendiente de que la batería no se acabara. El brillante escritor Antoni Puigverd, grave y responsable, un hombre de una pieza, no pudo contener su emoción cuando Belletti marcaba el gol de la victoria.

El fútbol nos hace más espontáneos, más desinhibidos, más fraternales. Los abrazos con todos los que nos rodeaban no los perpetraríamos en ninguna otra ocasión. Eran los signos externos de una fuerte emoción interna.

París invitaba a pasear. Largas caminatas nocturnas porque había que pisar la ciudad que nos dió la gloria por segunda vez en la historia del Barça. Cansados, somnolientos, contentos, llegamos a los respectivos hoteles con una satisfacción muy profunda. Había valido la pena.

Incluso el trayecto en el tren de cercanías que transportaba a las aficiones como en latas de sardina. Sudor, mucho sudor. Pero valía la pena alcanzar Saint Gennis aunque un aficionado del Arsenal que acompañaba a su hijo, me decía con humor que no eramos conducidos a un campo de exterminio sino a una confrontación deportiva.

Vuelta a Saint Germain, a l’Odéon, cerca de la Procope, el restaurante en el que almorzaron y hablaron personajes como Voltaire, Jefferson, Robespierre, Danton, Maurras y tantos revolucionarios de finales del XVIII. Una delicia. La plaza de Saint Sulpice, las avenidas trazadas por Haussmann, las librerías. Qué delicia es pasar largos ratos en las librerías parisinas.

Y qué peligro para las tarjetas Visa. Francia atraviesa una crisis política de fondo, muy seria, con mociones de censura al gobierno y con un presidente de la República acorralado. Pero Francia está viva porque piensa, porque se revuelve en sus propias contradicciones, porque es el centro de las grandezas y las miserias de Europa.

Las enfermedades políticas de París son las mismas que recorren la Europa continental. Un desconcierto generalizado, un cansancio largo, una quimera de situaciones gloriosas pasadas. Esto es la Europa que siempre está en crisis pero siempre renace de sus cenizas. Una Europa que tiene las puertas abiertas y que son traspadas por cientos de miles de ciudadanos de quieren vivir entre nosotros.

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