La democracia ha de tener razón

Contaba Paul Kennedy en un memorable artículo después del 11 de septiembre de 2001 que en aquella mañana en la que caían los símbolos más visibles de la cultura americana, había ochocientos mil marines que dominaban los mares y los océanos gozando de la “pax americana” después de la victoria en la guerra fría.

En el Pacífico, Índico, Atlántico, los mares del sur, el Mediterráneo, el Ártico… señoreaban los modernos buques de guerra norteamericanos garantizando el nuevo orden mundial que marcaba el fin de la historia. La democracia y las leyes del mercado, según la célebre tesis del profesor Fukuyama, eran los paradigmas de las generaciones futuras que vivirían en libertad, paz y progreso.

La realidad ha desautorizado las tesis de Fukuyama y se va abriendo paso la teoría de Hunttington sobre el choque de civilizaciones que tan denostada fue por las mentes bien pensantes europeas. Aquel 11 de septiembre fue un día desgraciado para Estados Unidos y para la hegemonía americana al comprobar que a pesar de su gran potencia eran vulnerables en el corazón mismo de Manhattan y en el Pentágono.

El mundo ha experimentado en los últimos diez años movimientos tectónicos de gran envergadura. Me parece que el principal es la socialización del conocimiento a través de las nuevas tecnologías que no entienden de la historia, del pasado y de la fuerza y permiten dominar en tiempo real y sin los inconvenientes del espacio, la realidad de cada momento.

No habrá una tercera guerra mundial. Lo que sí podemos asistir es a la primera guerra mundializada en la que no existan fronteras, ni ejércitos, ni estados mayores, parámetros con los que se libraban las guerras en el pasado.

No son muchos, unos millares a lo máximo, los que desafían la fuerza de Estados Unidos, Israel y Occidente en general. Pero disponen de una organización sofisticada en la que mezclan la ideología del sacrificio con la causa que descansa sobre dos pilares básicos: la religión y la voluntad de destruir o defenderse de lo que conocemos como civilización occidental, basada en la filosofía griega, el derecho romano y la religión judeo cristiana.

Un componente de odio se ha ido acumulando a lo largo de los siglos. Los choques entre Occidente y Oriente datan de hace doce siglos. Los califatos de Bagdad y Damasco llegaron hasta el centro de Francia en el siglo VIII. Luego vinieron las Cruzadas y más tarde el sitio de Viena por los otomanos.

La diferencia de los choques entre dos maneras de ver el mundo, el pasado y el presente, es que ahora hay una gran desigualdad de fuerzas, a favor de Occidente, pero la inteligencia está al abasto de unos y otros, de todos, y no es preciso disponer de ejércitos ni estados para hacer la guerra.

El problema es que ha habido un gran movimiento de tierras en el subsuelo mundial sin que las clases dirigentes hayan percibido su alcance. Al Qaeda, Hezbollah y Hamas no disponen de estados, ni siquiera Palestina lo es, ni de ejércitos, ni de estructuras de mandos identificadas. Si se captura o se mata a los supuestos dirigentes de estos movimientos, la actividad destructiva continua porque el poder no es personal sino que obedece a una causa que una minoría ha conseguido introducir en las mentes y en las voluntades de millones de musulmanes.

Las tres patas sobre las que descansan las instituciones occidentales, que son la democracia, la libertad y el imperio de la ley, no van a ser derrotadas. Pero siempre que la razón esté de nuestra parte. Matar a inocentes para destruir al enemigo es moralmente inaceptable y aumentará el odio en sociedades que rechazan la modernidad pero que utilizan el conocimiento copiado de Occidente para destruir precisamente la modernidad.

  2 comentarios por “La democracia ha de tener razón

  1. les français des que je peux, je les egorges….! (escuchado en la banlieu)

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