Prendedle

Recuerdo las segundas elecciones generales que se celebraron en Gran Bretaña en 1974. Harold Wilson había ganado en el mes de febrero por una escasa mayoría que amenazaba la estabilidad del gobierno laborista. Convocó nuevamente a los británicos a las urnas en el mes de octubre de aquel año y ganó con más holgura.

Fue una campaña a vida o muerte entre Ted Heath y Harold Wilson. The Economist escribía un editorial afirmando que todas las elecciones son las más importantes de la historia de un país. Acababa el artículo diciendo que esta vez es verdad, esta vez va en serio.

Siempre es cierto que las elecciones en curso son las más decisivas de la historia de un país. En periodo electoral la clase política se desnuda y aparece ante la opinión pública con todas sus vergüenzas visibles. He tenido el privilegio de cubrir para La Vanguardia innumerables campañas electorales en varios puntos del mundo y en situaciones muy dispares.

La campaña tiene casi siempre un aire apocalíptico, maniqueo, tramposo y zurcido de promesas que no he visto nunca cumplidas ni siquiera en una pequeña proporción. Pero una campaña electoral se lo traga todo, lo permite todo, lo justifica todo porque de lo que se trata es de echar a quien gobierna o abrir el paso a quienes aspiran a gobernar.

Habíamos creído que Catalunya era un oasis porque el país tenía paz política y paz social y, por lo tanto, prosperaba dentro de un orden casi preestablecido. Y ahora nos damos cuenta que vivimos en un país tormentoso, como cualquier otro, sometido al todo vale en periodo electoral.

El DVD que llegó el domingo a cientos de miles de catalanes ha sido diseccionado y criticado por los articulistas de lujo que comentan la campaña. Los “buenos”, los de Convergència, no está claro si los de Unió también, aparecen trajeados, con camisas blancas, limpios y desinteresados por un país que ha sido “okupado” durante tres años por unos personajes que no hicieron caso al pacto nacionalista que salió de las urnas y montaron la conspiración del tripartito que ha traído el caos y la catástrofe a un país que vivía en una balsa de aceite, en la paz perpetua kantiana, satisfecho de sí mismo y mirando al resto de los humanos desde la altura moral de principios superiores.

El gran instigador de todos los males no es Maragall, que ya hace meses que se ha ido, sino un personaje con ansias de poder que se llama Pepe Montilla, andaluz de Iznájar, que llegó a Barcelona a los 17 años y que se ha atrevido a ser candidato a la Generalitat.

No pido una campaña tranquila, educada y civilizada. No ocurre en ninguna parte del mundo. Lo que pido es un poco más de mesura, de madurez democrática, de respeto al adversario. Un poco más de clase de los que seguramente van a ganar porque están convencidos de que sólo ellos tienen capacidad para conducir el país y sólo ellos merecen ser depositarios de la legitimidad que otorgan las urnas.

No voy a defender las bondades del tripartito que ha tenido que autodisolverse un año antes de que expirara la legislatura. Pero no acepto la sutileza que se desprende subliminalmente del video de marras de que el tripartito ha sido escasamente democrático.

No sé por qué, pero ayer se me ocurrió leer el capítulo del Gran Inquisidor que Dostoievski sitúa en la catedral de Sevilla en plena Inquisición en su gran novela “Los Hermanos Karamazov”. Se lo recomiendo. No para que tracen paralelismos sino para que vean de qué es capaz la condición humana en nombre de principios sagrados, de patrias o de ideologías.

Al encontrarse con Cristo que ha aparecido fugazmente por la catedral sevillana, haciendo milagros por doquier, el Gran Inquisidor dice con fuerza: prendedle.

Me viene a la memoria lo que Shakespeare pone en boca del rey Enrique V:

“We few, we happy few, we band of brothers”.