Periodismo en tiempos de cambio

He observado el interés que suscita en este blog el fenómeno del periodismo, relacionado con la vida, con la política, con la economía, con nosotros mismos que somos sus principales actores.

Les voy a transcribir un largo artículo sobre esta profesión, la segunda más antigua de la historia, y sobre lo que pienso sobre ella. El artículo se publicó en la revista El Ciervo en su número de julio y agosto. Me gustaría conocer su opinión. Les advierto que es largo, mucho más largo que lo habitual. Ya me disculparán.

Dónde va el periodismo

El periodismo es un vehículo de la libertad en las sociedades democráticas hasta el punto que sin una prensa libre el estado de derecho no se sostiene. Los países que más han progresado en los dos últimos siglos son aquellos en los que la libertad se ha expresado con mayor soltura.

Pero la libertad no se sirve en estado puro. No existe porque va cargada de subjetividad y de condicionantes. En todas las redacciones de los diarios, en los estudios de radio y televisión cuelgan carteles sutiles, invisibles, que no existen físicamente pero que el más novato de los periodistas sabe de su existencia. Son los carteles del políticamente correcto, de lo que se puede o no se puede decir, los carteles de las conveniencias de las empresas, de los directores, de los mismos periodistas o de cualquier otra procedencia ideológica o cultural.

El periodista tiene que saber que percibe sólo una parte de la verdad que a veces se esconde toda entera en factores y en datos desconocidos. Por eso pienso que una de las cualidades más apreciadas de un informador o de un creador de opinión es la modestia o humildad que le hacen consciente de que transmite noticias u opiniones tal como las ve en un momento determinado y que los debe modificar siempre que aparezcan nuevos elementos que le obliguen a cambiar su discurso.

Esta actitud, tanto ética como profesionalmente, es lo que se podría definir como la honestidad. William Rees-Mogg, que fue director del “The Times” de Londres durante muchos años y al que tuve ocasión de conversar en varias ocasiones decía que el periodista ha de estar abierto a todos los puntos de vista lo que no significa que sea indiferente a todas las actitudes.

La neutralidad no es posible en periodismo y una cierta dosis de subjetividad es imprescindible. Un periodista ha de ser fiel transmisor de hechos, declaraciones y comentarios. Pero el periodismo es algo mucho más complejo. Ha de saber poner todos los conocimientos a su alcance al nivel de la ética profesional y a los códigos de conducta que son norma general en cualquier profesión.

El periodismo es libertad. Una libertad que se mueve en un mundo creativo, fresco y moderno que circula por la red o queda impresa en los diarios. No hacen falta agentes literarios ni pertenecer a los cenáculos intelectuales de moda. Se mueve en un mundo en el que el talento se manifiesta sin pedir permiso a nadie.

Ha de huir el periodista de lo superficial y superar las declaraciones, opiniones y comentarios sobre lo que ha sucedido que con frecuencia acaba por quedar en un discreto segundo plano o incluso por desaparecer. No es aconsejable hacer periodismo sobre el periodismo, sobre lo que se dice o comenta, sin tener en cuenta el fondo de las cuestiones, los hechos y los comportamientos de los protagonistas de la información.

Uno de los periodistas más reconocidos del momento, Ryszard Kapuscinski, tiene una definición que comparto. La actitud del periodista, dice, es “estar, ver, oír, compartir, pensar”. Hacer apología de la trampa, del mal, del terrorismo o del engaño es un mal servicio a la verdad, a la sociedad y a la opinión pública.

Es tarea del periodista el explicar y comentar lo que pasa, con pelos y señales, pero sabiendo que hay unos límites que no se pueden traspasar. Uno de ellos es la mentira o, lo que es todavía peor, las medias verdades. Cuántas opiniones se forman partiendo de medias verdades.

Decía Eugenio Xammar en unas crónicas espléndidas cuando Hitler se acababa de apoderar del gobierno que las dictaduras son regímenes de rumor mientras que la democracia es régimen de opinión. El periodista tiene que combatir el rumor con los hechos.

El buen periodismo no ha de derribar a presidentes ni cambiar regímenes. Se ha de limitar a ejercitar su libertad explicando el que ve porque así muy frecuentemente mejorará la vida ordinaria de los ciudadanos, tanto de los importantes como de los que no lo son tanto.

Decía Ortega y Gasset, un excelente pensador y un periodista insigne, que de los periodistas depende todo lo que nos pasará. Eliminen radicalmente, decía, de sus columnas la frivolidad, la ligereza, toda ligereza, toda información inexacta y, por encima de todo, el desorden. Demuestren que saben contribuir a la gigantesca tarea de edificar una nueva sociedad.

Lo más peligroso para un periodista es cuando sale de su ámbito de observación y participa en los hechos. Es frecuente encontrarse con profesionales que quieren que pase una cosa y hacen lo que ingeniosamente saben para que ocurra.

Es interesante releer la interesante novela de Evelyn Waugh, “Scoop”, traducida al castellano por “Noticia bomba”, en la que el personaje central es enviado a cubrir una guerra en el cuerno de África. Se duerme en el tren y llega donde no hay conflicto, envía crónicas sobre batallas, muertes y tragedias. Un gran éxito en Londres.

Los corresponsales de la competencia que cubren la guerra de verdad son reprendidos por sus directores porque no se enteran de lo que pasa. Y así varios días y semanas. Finalmente todo el cuerpo de corresponsales se traslada al lugar desde donde partían las crónicas del conflicto inexistente. Y comprueban que no pasa nada.

Pero sus directores quieren guerra a toda costa porque el principal diario de Londres así lo aseguraba cada día con gran rotundidad. Envían relatos estremecedores sobre el conflicto. Al final, un triste final, consiguen que haya guerra. El periodista no puede provocar noticias. Las debe contar con claridad y con toda la objetividad de que sea posible.

Pero el periodista no puede olvidar los carteles ocultos que cuelgan en las paredes de su redacción. Tiene que saber que el periodismo moderno tiene mucho que ver con el negocio, con la cuenta de resultados. La prioridad económica se ha impuesto en el mundo democrático y libre. Es el mundo del capitalismo desbocado que cuando entra en el campo de la información puede llegar a ser éticamente deplorable.

Los medios tienen que ser rentables. Por supuesto que sí. Pero no a costa de disminuir su calidad o su objetivo principal que ha de ser el de servir a la verdad para ayudar a formar una opinión pública contrastada.

El que fue director del “The New York Times”, Leonard Downie, explica en un lúcido libro, “American Journalism in Peril”, que en el momento en el que muchos directores de diarios norteamericanos fueron contratados con la condición de mejorar la cuenta de explotación participando directamente en los beneficios se dio un salto muy peligroso para la libertad de prensa en Estados Unidos. Para conseguir más beneficios lo más razonable habría sido ofrecer un producto mejor y ganar más lectores.

Muchos han recurrido a la opción más fácil que consiste en recortar gastos y así mejorar los resultados. Y allí donde se podía reducir más es en los sueldos de periodistas, normalmente bien pagados, y en el despido de aquellos que más cobraban porque tenían más experiencia y eran más respetados por la audiencia. El resultado ha sido que muchos productos se han adelgazado, ya no se viaja tanto, ya no es preciso contratar a los mejores si se puede reclutar a becarios a precio bajo pensando que la audiencia no lo notará.

Esta corriente norteamericana ha llegado también a Europa donde se han construido grandes conglomerados de medios de comunicación que suministran noticias como en una fábrica de producción en cadena.

En España la aglomeración de centros de información y de opinión está en manos y son propiedad de muy pocos grupos que son perfectamente conocidos. Son las grandes fábricas de la opinión pública del país, los que pueden inclinar hacia donde quieran lo que hemos de creernos y pensar en un momento determinado.

No hay diarios de partido. Tenemos algo más inquietante. Hay medios que dicen lo mismo en distintos soportes hasta el punto que es fácil detectar quien puede estar detrás de una determinada radio, televisión o prensa.

Conviene tener en cuenta que en el periodismo, como en la política y en los negocios, no hay manos inocentes. La sociedad informada debe saber que detrás, por ejemplo, de los llamados programas de tele basura hay un afán de negocio, de aumentar las audiencias, de contra programaciones que llevan a tener más anuncios y, por lo tanto, más ingresos y beneficios.

Cuando el mundo de la comunicación se limitaba a diarios pequeños o grandes, de partido o no, el público iba escogiendo las cabeceras que más respondían a sus opciones ideológicas, económicas o políticas. Los periódicos servían a sus públicos, tan diferentes y plurales como la misma sociedad.

Esta hegemonía de la información y de la opinión en pocas manos no puede tener una vida larga sin que salga espontáneamente la competencia. El fenómeno más interesante es que las nuevas tecnologías han quitado el monopolio de la información y de la opinión a los periodistas que ya no son los únicos que tenemos el privilegio de decidir el que hay que decir o lo que hay que callarse.

Hay millones de ciudadanos en todo el mundo que hacen de periodistas porque tienen los instrumentos para difundir información y porque tienen cosas a decir. Y las dicen.
La aparición de Internet ha sido más revolucionaria que la invención de la imprenta por Guttenberg. La red llega a toda la humanidad en tiempo real y sin que el espacio sea una frontera.Estamos en la era del periodismo global y, a la vez, del periodismo personalizado.

La nueva sociedad cuenta con millones de nuevos periodistas que no se han graduado en la Universidad, que no conocen las escuelas de periodismo pero que participan en los debates con tanta autoridad y conocimiento como los profesionales de la información.

Hay interactividad, encuestas, foros, colaboraciones espontáneas, discusiones abiertas sin necesidad de leer el periódico, escuchar la radio o contemplar la televisión. Es interesante constatar la penetración de los confidenciales que dicen cosas que nadie dice. Aunque no sean del todo ciertas. Pero las dicen. Y los periodistas no podemos prescindir de esos medios que actúan con mayor libertad que los que estamos bajo las hormas de las grandes empresas de comunicación.

Internet ha supuesto una grieta para garantizar la libertad de información y de opinión en unos tiempos en los que la masa crítica de los contenidos está controlada, dirigida y en algunos casos manipulada, por unos cuantos grupos empresariales que no tienen como prioridad servir a la verdad y mejorar la vida de los ciudadanos sino que abusan de su posición de monopolio para transmitir aquello que les puede reportar más beneficios y no aquello que espera la sociedad informada.

Cuando los efectos de la globalización informativa vayan consolidándose, cuando se cree un sistema jurídico mundial que garantice el derecho de intimidad, de preservar la verdad o de regular la libertad, volveremos al periodismo de siempre.

Al periodismo basado en la cultura, en la situación de los temas en su contexto, en el libre ejercicio de la profesión. La libertad no es escoger una marca de camisas o el lugar donde se piensa ir de vacaciones. Ser libre es asumir la libertad de tomar decisiones después de tener todos los elementos posibles para decidir. Ser libre es ser transparente, es recuperar el sentido de la palabra, es dominar el lenguaje, es servir sin ser prepotente y sin avasallar.

Ya hemos conocido situaciones como la actual. Siempre se han superado a pesar de dar algún paso atrás. Básicamente porque la conciencia occidental ha estado formada con el elemento imprescindible de la verdad que en palabras de San Juan es la que nos hará libres. Sin libertad no hay progreso para todos.

  1 comentario por “Periodismo en tiempos de cambio

  1. Que cinismo el tuyo, hablar de no derrotar a los demás y escribes un artículo donde llamas segundón a una persona con 27 años, que queda segundo en el torneo más importante y prestigioso del mundo de golf, haciendonos disfrutar a aquellas personas que nos gusta el deporte.
    Me parece de mucha crueldad, y más viniendo de una persona que ni juega al golf. supongo que te moveran otros intereses para escribir algo tan ruín.

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