Azulgranitis aguda

El primer clásico de esta temporada empezó el mismo día que Mourinho se sentó en el banquillo madridista. No pasa una rueda de prensa sin que envie un recado críptico y envenenado al Barça y a Pep Guardiola. Esta azulgranitis aguda parece meditada en el interior de su imaginario duelo dialéctico. Guardiola no ha caído en la provocación y se limita a preguntar si ha puesto nombres el portugués a sus dardos genéricos y un tanto pérfidos.

Pep Guardiola

Pep es lento en la ira pero no descarto que un día pierda el control y le responda con la misma moneda. No quiero imaginarme qué pasaría si fuera al revés, si Guardiola estuviera obsesionado con Mourinho y así lo manifestara un día sí y otro también. El universo merengue quiere ganar un título después de años de sequía. Se entiende. El Villarato ya no sirve como argumento. Más bien es al revés. La mano de Piqué le costó un penalti y la expulsión mientras que la de Xavi Alonso, ni siquiera fue sancionada.

Centrar la competición en los choques de los dos más poderosos de la Liga me parece un desprecio al resto de equipos a los que, por cierto, también compiten y ganan. Pero al margen de estrategias y provocaciones infantiles como las de Mourinho, lo que el madridismo no acepta es que el juego del Barça se haya reproducido en la Roja y sea un ejemplo de modernidad en el fútbol. La potencia del Madrid se ha practicado muchas veces por los grandes de Europa.

La novedad de este Barça es el estilo, la complicidad y la eficacia de automatismos que no parecen humanos. Guardiola ha consagrado una cierta manera de jugar al fútbol que esconde ciertamente otra filosofía humanista de la que practica Mourinho.

Artículo publicado en El Mundo Deportivo

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