Soledades compartidas

El pintor norteamericano Edward Hopper refleja el sentido más profundo de la soledad existencial.

La soledad más radical y verificable es la del ermitaño que ha escogido refugiarse en un espacio protegido sin ninguna pretensión de exhibir su intimidad. Los hay escondidos en antiguos cenobios medio destruidos por el paso del tiempo o por los instintos iconoclastas de generaciones pasadas. La soledad buscada es la que comparte silencios y diálogos interiores con el mundo que nos rodea.

El realismo americano de Edward Hopper nos presenta una soledad aparentemente muerta pero que nos habla desde un faro que vigila la costa Atlántica, un bar con un hombre mirando al infinito o una mujer solitaria sentada al borde de una cama. Los silencios de Hopper están cargados de emociones y de luz que penetra a través de un ambiente que habla desde el silencio. Su obra pictórica me recuerda al verso de Lope de Vega: “a mis soledades voy, de mis soledades vengo, porque para andar conmigo me bastan mis pensamientos”.

Se puede vivir solo y sentirse muy acompañado pero también se puede estar solo rodeado de gentes diversas y notar un aislamiento total. La soledad y el acompañamiento dependen mucho del estado de ánimo y del mundo interior que cada uno ha ido construyendo a lo largo de los años.

La soledad se diluye cuando el mundo interior se proyecta en la vida que nos rodea. En las personas, en las cosas, en el paisaje, en las ilusiones compartidas por los lazos de sangre, de amistad o de proyectos comunes. Vivimos tiempos de comida rápida, de pensamiento veloz, necesitados de conexiones inmediatas y mensajes cortos y simples. Tenemos más urgencia en exhibir nuestra imagen a los demás que en mirar al rostro del otro, del diferente, del que piensa distinto.

Acumulamos tal cantidad de información y de opinión que nos llega sin buscarla que, a menudo, no sabemos qué está ocurriendo. Las realidades alternativas invocadas en la primera presidencia de Donald Trump son un engaño que borra el criterio propio construido en la soledad del pensamiento personal asociado a la reflexión.

Cuando alguien quiere estar solo para huir del ruido o los incordios de los demás es muy probable que no encuentre el sabor de la vida. La soledad no deseada suele ir acompañada de personas y situaciones que encierran una necesidad frenética de mostrarse feliz, popular, conocido y perfecto. Y como estas situaciones nunca son del todo ciertas, la soledad se convierte en la cabaña de un leñador en medio de una tierra sin árboles. Llega el aburrimiento cuando se pierde la capacidad de contemplar lo poco o mucho que se tiene.

La soledad no deseada se produce cuando uno se siente solo rodeado de otros con los que no comparte la ilusión de vivir. Es entonces cuando el mundo interior no tiene recursos suficientes para afrontar el aislamiento íntimo y se busca refugio dentro de uno mismo. Surgen murallas invisibles, pequeñas distancias que protegen de la intemperie emocional pero que, a su vez, aíslan del encuentro con el otro.

Una de las ventajas de cultivar el mundo interior desde la soledad aceptada como un hecho natural es que cuando los ruidos se apagan es la oportunidad para mirarse al espejo, sin disfraces, sin público, sin estar pendiente de las redes sociales ni de las encuestas. Es la hora de la contemplación de nuestra condición humana. Es adentrarse en el arte de estar con uno mismo como quien acompaña a un viejo amigo en silencio, respetando sus tempos, sus miedos, sus memorias y sus fragilidades.

Uno de mis entretenimientos preferidos es contemplar la naturaleza, pisar la tierra, yerma o cultivada por mis antepasados, observar con qué velocidad se producen los cambios, escuchar la gran sinfonía del universo que atraviesa los siglos como si fueran instantes. Decía Goethe que el que no entiende cómo se desarrolla un roble, no sabe nada. El que ha experimentado cómo crece una viña, cómo cuidar las cepas, todo aquello que se tiene que hacer en su momento y no en otro, observar la naturaleza, los ciclos, que puede llegar una larga sequía o una devastadora helada que hunden las esperanzas puestas en un trabajo laborioso. El poeta romántico alemán escribía estas reflexiones desde el gran jardín de su casa en Weimar donde cosechaba frutas y verduras para su propia manutención.

Estas observaciones pueden experimentarse solo o acompañado. En todo caso, la soledad existencial la llevamos todos puesta aunque vivamos rodeados de muchas personas. El ser humano es social pero siempre vuelve a la soledad íntima e irrenunciable. Al final del trayecto nos encontraremos solos y no leeremos nuestros obituarios que se agostarán en cuestión de días o de semanas.

La soledad personal en medio del bullicio de un estadio de fútbol o en una gran tormenta de nieve como la que Thomas Mann describe magistralmente en La Montaña Mágica, es un estadio humano en el que se puede vivir una existencia más honda, más libre y más real. Es el lugar más idóneo para escuchar la propia voz entre las muchas miles que nos asedian desde el exterior. La soledad no llena un vacío sino que es una oportunidad para compartir la existencia humana con el otro.

Publicado en la revista FOCUS, en un monogáfico sobre la Soledad

 

 

 

 

 

  4 comentarios por “Soledades compartidas

  1. The article beautifully captures the essence of solitude, distinguishing between unwanted loneliness and the peaceful solitude that fosters self-discovery. It resonates deeply, reminding us of the importance of embracing moments alone for genuine introspection and connection with ourselves.SunPerp Dex

  2. De regreso a Barcelona me encuentro con el temario del Curso que empieza el martes 23, en la UB: «Historia social i economica de Catalunya». El enunciado de la primera sesion. «El poder de la vinya : l´enlairament economic del segle XVIII».
    De la biblioteca me anuncian que ya puedo recoger el libro «Envellir amb dignitat» del monjo de Montserrat Bernabe Dalmau.
    Y en el correo me encuentro el articulo de nuestro anfitrion, Erudito, perfecto, y en su punto de escepticismo.
    Soledades compartidas.
    Ni una mencion a Dios. Donde esta Dios Sr. Foix?

  3. Luis,
    Como sabes, naci, vivo y me gustaria morifr en mi pueblo de la Segarra, de menos de 50 habitantes.
    Que me gusta de mi pueblo: que paseando solo me siento acompañado.
    Que NO me gusta de la ciudad, que rodeado de gente te sientes solo.
    Gracias por tu escrito,
    Brunet de Bellmunt

  4. Cómo me alegra que Hopper haya servido para poner en primer plano al Luis Foix que siempre he sabido que estaba aguardando entre los silencios de Rocafort y que, un poco desengañado del estrépito mundanal, va haciéndonos dar cuenta de una sabiduría que parece haber sido olvidada por todos.
    Gracias!

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