Inquietud en Europa

Las crisis de Italia y Francia no pueden analizarse sólo a la luz de sus respectivas políticas nacionales. Trascienden a la salud de Europa, a la fortaleza del euro y al proyecto encallado de la estructura política de la Unión.

Inglaterra observa en clave pragmática, económica y europeísta, la todavía no apaciguada revuelta de estudiantes contra el presidente y el gobierno de Francia y las dificultades de Romano Prodi para organizar su ajustada victoria que todavía le disputa Berlusconi.

No se discute la idea de Europa, uno de los mayores éxitos políticos, económicos y convivenciales que ha conocido el continente en muchos siglos. Lo que se pone en cuestión son los hechos o la debilidad estructural de las instituciones y la viabilidad del euro en los doce países que lo han asumido y se han mentalizado con la moneda única que rige en doce países.

Italia y Francia tienen que adoptar medidas económicas necesarias pero que políticamente se presentan como imposibles. El euro tiene que convivir con doce economías diferentes, doce gobiernos, doce presupuestos, doce endeudamientos nacionales y doce legislaciones laborales.

Para mantenerse en las exigencias derivadas del euro es preciso que las economías nacionales sean competitivas y, por encima de todo, que la población no pierda la capacidad adquisitiva. Italia y Francia no quieren abandonar la moneda única. Chirac y Prodi fueron sus principales valedores cuando entró en vigor hace siete años. Y creen en este paso histórico de homologar las divisas de doce países como un paso decisivo hacia la unidad económica, financiera y finalmente política de la Unión.

Como consecuencia de este desajuste las economías de Francia y de Italia se estancan y son menos competitivas en Europa y en el mundo. No pueden devaluar porque las decisiones dependen del Banco Central Europeo con sede en Frankfurt. Si no acometen las reformas serán los franceses y los italianos los que notarán la crisis con unos gobiernos que no han tenido la valentía de llevar a cabo las reformas y con una sociedad que tampoco ha querido afrontarlas. En Alemania lo intentó Kohl, lo volvió a intentar Schröder y no sabemos si Ángela Merkel estará en condiciones de acometerlas. Vienen tiempos complicados para la Unión Europea.

Es comentario común que Europa sufre una crisis de liderazgo. Pero habrá que empezar a hablar si la crisis no es de la misma sociedad europea que ha abandonado el concepto del esfuerzo, de la preocupación por el trabajo bien realizado, por unos valores constructivos que no guardan ninguna relación con la actual cultura del no que se extiende por todas partes, de las exigencias de los derechos sin preocuparse de los deberes. Jordi Pujol, desde su activo retiro político, no se cansa de predicar la cultura un tanto pelagiana de la sociedad responsable y voluntarista, la de los derechos pero, sobre todo, la de las exigencias personales y colectivas.

Europa debe reflexionar sobre su virtualidad y partir de la realidad que es más cruda de lo que aparenta este trasiego masivo de turistas, de gastos hipotecados, de tarjetas de crédito que finalmente llaman a la puerta de las cuentas bancarias, de esperarlo todo dando muy poco a cambio, de los beneficios astronómicos de las instituciones financieras en comparación con la vida real de millones de ciudadanos que viven gracias a la falsa benevolencia de los que mueven los capitales internacionales sin tener en cuenta la situación real que atraviesa la sociedad aparentemente más estable y más próspera del mundo.

Es hora de la responsabilidad de gobiernos y ciudadanía antes de que sea demasiado tarde y se derrumbe el extraordinario edificio levantado por los honestos europeístas de la post guerra.