Un cierto optimismo en Polonia

La segunda victoria consecutiva de un partido europeísta en las elecciones generales del domingo en Polonia es una buena noticia en esta Europa que algunos quisieran ver fracasada y hundida. Donald Tusk, del partido Plataforma Cívica, es el primero que repite mandato después de la caída del comunismo. Necesitará la ayuda de aliados pequeños pero Polonia se libra de la vuelta del partido nacionalista, Ley y Justicia, dirigido por Jaroslaw Kaczynski, hermano gemelo del presidente muerto en el trágico accidente aéreo en las inmediaciones de la ciudad rusa de Smolensk.

Palacio de la Cultura en Varsovia

La normalidad política en Polonia es un factor tranquilizador para Europa. Cuando han ocurrido tragedias en el continente, Polonia ha sido castigada severamente. Desapareció como país soberano durante casi dos siglos, siempre bajo la presión de rusos y alemanes que se repartieron alternativamente sus territorios y su influencia. En la última guerra se convirtió en el matadero macabro del III Reich a la vez que Stalin asesinaba a más de cuatro mil oficiales del ejército polaco en los bosques de Katyn.

Polonia no tiene déficit porque la Constitución regula su tope. Este año tiene previsto un crecimiento del 4% y, por si fuera poco, se han descubierto unos gigantescos yacimientos de gas que asegurarían su independencia energética durante más de dos siglos. Es cierto que la democracia no suscita entusiasmo en los polacos a juzgar por la participación del 47%, seis puntos menos que en las últimas elecciones en las que se movilizó el electorado para echar a los gemelos Kaczynski.

La novedad más notable de estas elecciones ha sido la aparición del partido Palikot, fundado por Janusz Palikot, que ha conseguido un 10% de los votos y se ha convertido en la tercera fuerza. Es un partido radical y contrario a la Iglesia que ha atraído a los polacos cansados de los cuatro partidos tradicionales.

El caso es que Polonia no conoce la crisis que azota a buena parte de Europa. Su modernización se ha producido desde su ingreso en la UE el 2004, lo que ha comportado generosas ayudas de Bruselas que se han traducido en mejores infraestructuras y en rascacielos que vi hace unos días en Varsovia que llegan a ahogar el mastodóntico Palacio de la Cultura, una aportación de mal gusto de los arquitectos de Stalin a la silueta de la capital de Polonia.

Publicado en La Vanguardia el 11-10-2011

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