Las emociones dominan Washington

Washington

La victoria de Obama se mueve todavía en el ámbito de las emociones individuales y colectivas que van despertando de lo que parece un sueño. Un sueño fantástico para la mayoría de americanos y una pesadilla para los muchos millones que pensaban que todavía no había llegado el momento de que la Casa Blanca fuera ocupada por un negro, liberal y progresista, entreverado de la mezcla de razas, culturas y creencias que son también una señal de la identidad americana.

El sueño y la pesadilla convivirán durante tiempo, hasta que la era Obama vaya marcando el paso después del movimiento tectónico que produjeron las urnas el pasado martes. Un negro ocupará la Casa Blanca y la atención se va a centrar en este hecho que rompe con un viejo legado de esclavitud, segregación y desigualdades sociales.

La presidencia de Obama habrá que mirarla con una visión de presente y de futuro. El color de la piel de los inquilinos de la Casa Blanca pasará pronto a un segundo término, una vez se haya asumido con normalidad lo que hasta hace sólo un año parecía una fantasía. La realidad plural de la sociedad americana ha llegado hasta la misma cúpula del poder.

El presidente electo trasladará su cuartel general de Chicago a Washington avanzando una serie de nombramientos clave que en los ambientes republicanos han empezado a calificar como una nueva “mafia” de Chicago. Su jefe de gabinete, algunos de sus ministros y consejeros, el personal más próximo al nuevo presidente, proceden de las orillas del lago Michigan.

Las decisiones que tome en las próximas semanas determinarán el fondo y la forma de la nueva administración. Obama no es ni Carter ni Clinton, los dos últimos presidentes demócratas. El primero pasó sin pena ni gloria y el segundo ocupó el poder durante ocho años sin haber conseguido neutralizar la ola liberal conservadora inaugurada por Reagan y que ha perdurado hasta esta semana en Washington.

Las referencias de Obama cabe situarlas más bien en el Roosevelt de los años treinta y en el periodo Kennedy y Johnson de los años sesenta. En esos dos tiempos históricos, el país atravesaba por dificultades de todo orden. Un descalabro económico después de la gran depresión de 1929 y una confrontación social, racial y política en los tiempos que desembocaron en la Gran Sociedad de Johnson, en pleno conflicto de Vietnam y los disturbios raciales y políticos en las calles y las universidades del país.

Obama no regresa a Washington con la aureola de un general vencedor en las urnas sino con un casco de bombero para apagar los incendios que arden en todo el país. En mi largo recorrido de costa a costa he visto unos Estados Unidos deteriorados por los desequilibrios sociales, con una parrilla cada vez más numerosa de multimillonarios y, a la vez, con más ciudadanos que van perdiendo su nivel de vida gradualmente.

El paro ha alcanzado hoy el 6.5 por ciento, la cifra más alta de los últimos 14 años. El déficit crece casi en progresión geométrica, las guerras en Oriente no levantan entusiasmo patriótico y cuestan unos 400 millones de dólares cada día. El sistema financiero está en bancarrota y en las manos del Estado provocando una inseguridad que se traduce en todos los ámbitos económicos americanos y mundiales.

Obama lo ha dicho ya en su discurso proclamando la victoria. La crisis no se va a superar en unos meses y, quizás, en una sola legislatura. Hay dos corrientes en el seno del partido demócrata que son contrapuestas. La de aquellos que piden prudencia y la de los que exigen que se cumpla el programa de un cierto reparto de la riqueza para que la división en la sociedad americana no sea todavía más profunda. En definitiva, subir los impuestos a los que más tienen para repartir la riqueza entre los que menos poseen.

Es el mismo dilema ante el que se encontró Roosevelt que no era precisamente un presidente demócrata sin fortuna. Decidió aumentar el gasto público para afrontar la crisis ganándose la enemistad de los de su clase pero contribuyendo a construir una sociedad más justa.
He visto en estas semanas escuelas públicas que no pueden educar en muchos valores creando masas de frustración en los futuros americanos. No se entiende que una sociedad democrática y abierta como la americana no pueda ofrecer una sanidad gratuita a más de 50 millones de ciudadanos.

Los que piensan que el socialismo ha entrado en Washington desconocen la historia de esta nación que sólo puede aceptar una mayor intervención del Estado para un cierto tiempo y para salir de una situación crítica como la actual.

Roosevelt no sólo puso los fundamentos de un estado del bienestar que nunca llegó a ser una realidad plena sino que entró y contribuyó a ganar la guerra mundial. Su sucesor, Harry Truman, se convirtió, además, en un líder de la política exterior americana, fue el artífice del Plan Marshall y diseñó la estrategia para detener el expansionismo soviético que plantó cara a Stalin en Berlín y en Corea y preparó el terreno para ganar la guerra fría, medio siglo después.
Obama cuenta con la colaboración de sus aliados naturales.

Sabe que Estados Unidos tiene un poder insuficiente pero todavía es indispensable. Pienso que tiene una nueva oportunidad para hacer realidad el sueño americano siempre con altibajos a pesar de la pesadilla de los perdedores.

  3 comentarios por “Las emociones dominan Washington

  1. @Brian, muy interesante el artículo, es norma habitual que los hijos de emigrantes sean más radicales en sus postulados nacionalistas como forma de significarse y alejar dudas sobre sus raíces, en la misma linea ideológica es posible que se encuentre Obama, el tiempo lo dirá.

  2. He leído un interesante artículo de Michael Walzer en Dissent. Desde unas coordenadas ideológicas seguramente discutibles (cosa irrelevante para el caso) Walzer se remite también al paralelismo con Roosevelt y, ante la disyuntiva a que se refiere Foix, piensa que Obama -otro centrista como Roosevelt, dice- se verá arrastrado por las circunstancias a ser un presidente más radical de lo que en realidad quiere ser.

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