Europa está a tiempo de salvarse

Ni la hostilidad de Putin ni la indiferencia despectiva de Trump pueden destruir nuestro modelo social

Es discutible la idea de que los políticos de antes eran mejores que los actuales. Cada presidente se ha movido en su contexto y los contextos son cambiantes, como variables son las circunstancias históricas de cada pueblo. Tras ver la serie La última llamada sobre los presidentes Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, sus figuras adquieren una nueva di­mensión porque se ven con la perspectiva del tiempo transcurrido y porque se ­juzgan con la mentalidad de hoy.

Los cuatro presidentes se fueron inopinadamente y envueltos en crisis internas o externas. La democracia no garantiza buenos gobiernos, pero permite cambiarlos, como afirmaba el filósofo Karl Popper.

De los cuatro presidentes del documental escogería a dos, no tanto por sus méritos o sus errores, sino por su talante y su facilidad en abandonar la Moncloa cuando su tiempo había terminado. Me refiero a Felipe González y a Mariano Rajoy. Ninguno de los dos se consideraba imprescindible, una característica que ha sido común en los mejores estadistas europeos del siglo pasado. Los dos aceptaron la derrota felicitando a sus sucesores y deseándoles suerte. Y dejaron de mandar.

Churchill y De Gaulle abandonaron el poder disgustados, pero se fueron porque ya no eran capaces de dominar el desgaste de sus respectivos gobiernos, acorralados por las luchas internas y las crisis de confianza que sufren casi todos los presidentes de todos los tiempos.

Hay una percepción bastante extendida de que Europa va mal porque carece de estadistas. Puede ser. Pero los infortunios europeos van más allá de la actuación de sus líderes de hoy y se remontan a decisiones equivocadas o contraproducentes adoptadas en los últimos treinta años. Se han dado pasos de gigante como el euro, el espacio Schengen o la libre circulación de bienes y capitales, pero no se ha construido una unión bancaria ni se ha adoptado una política exterior común de seguridad y de defensa. Ni siquiera se ha sabido encauzar la necesaria inmigración abriendo caminos de integración social y económica para que todos los sobrevenidos pudieran entrar en el ascensor social.

La mejor aportación de Europa al mundo en los últimos 80 años ha sido el Estado de bienestar, que se puede tambalear si no se saben aprovechar las consecuencias positivas de la juventud de una inmigración que tiene que integrarse y convivir con poblaciones autóctonas, acomodadas, más envejecidas y con el horizonte de convertirse en minoritarias por una simple proyección demográfica.

Es interesante asomarse a la caída de Roma en el siglo IV, a las guerras de religión del siglo XVI y a los dos intentos del siglo XX en crear hombres nuevos o pueblos puros. Todos esos cataclismos se incubaban lentamente antes de que irrumpieran violentamente en las sociedades de su tiempo.

La actual Europa no ha perdido ninguna batalla ni mucho menos la guerra contra los que pretenden borrar el progreso, la libertad, la paz social y la cultura que se han conservado en medio de las convulsiones propias de una globalización descontrolada y la irrupción masiva de nuevas tecnologías que cambian nuestras maneras de vida.

La sorpresa no viene solo de la hostilidad de Putin hacia todo lo europeo y muy especialmente su afán de cambiar fronteras que le permitan recuperar todo o parte de un imperio que ni en tiempos de los Románov ni en los de la Unión Soviética fue capaz de liberar a un pueblo que ha vivido casi siempre en la esclavitud o sin libertades.

El susto y el temblor de piernas de los europeos vienen de la indiferencia, por no decir hostilidad, del presidente Trump hacia todo lo que significa una Europa que se inspiró en la mayor parte del siglo XX en los valores democráticos y en el modo de vida y las costumbres de los norteamericanos.

Si se debilita el vínculo atlántico, hay que levantar la bandera europea para evitar las tragedias del pasado. Hay que resistir. La alternativa son las palabras de Hannah Arendt cuando escribía en Tiempos presentes que “lo real son las ruinas, lo real es el espanto del pasado, lo real son los muertos que habéis olvidado”. Europa está a tiempo de salvarse.

Publicado en La Vanguardia el 17 de diciembre de 2025

  1 comentario por “Europa está a tiempo de salvarse

  1. Europa no se salvará levantando banderas retóricas ni culpando a terceros. Solo podrá hacerlo cuando abandone el autoengaño, recupere el sentido de límite, exija lealtad a sus leyes y valores, y deje de confundir debilidad moral con superioridad ética. Todo lo demás es prosa bien escrita para justificar un fracaso histórico.

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