Costes de un divorcio llamado Brexit

Teresa May ha entrado en el laberinto del Brexit que comporta una gran incertidumbre para Gran Bretaña y para Europa

El desconcierto recorre Europa al firmarse el divorcio entre Gran Bretaña y la Unión Europea. No me refiero sólo a las consecuencias económicas negativas que a medio y a largo plazo supondrá para los británicos y también para el resto de países europeos.

Considero a los británicos un pueblo práctico que ha velado por sus intereses estableciendo amistades y enemistades según les interesara. John Lukacs, en su excelente libro Cinco días en Londres en el que se libraba la batalla entre Churchill y lord Halifax para sustituir a Neville Chamberlain como primer ministro en 1940, escribe que cuando el equilibrio territorial europeo se ve perturbado, Inglaterra es capaz de intervenir eficazmente pero es el último gobierno en Europa del que cabe esperar aventuras o compromisos de cualquier tipo en cuestiones de índole abstracta.

Los británicos han sabido influir en la historia de Europa desde su insularidad. Desde que De Gaulle pronunció un campanudo no en 1963 ante la petición de Macmillan para ingresar en una Europa que mostraba sus primeros éxitos, casi todos los gobiernos de Londres han fracasado en convencer a los británicos que la Unión Europea era la mejor alternativa para su futuro. Cómo me duele el paso que han dado.

El gran analista francés Raymond Aron lo escribió en estas mismas páginas el 9 de mayo de 1979: “Metrópoli de un gran imperio a principios del siglo XX, Gran Bretaña aparece en el horizonte del año 2000 como la gran vencida de las guerras que ganó”. Desde el referéndum de 1975 que confirmó la adhesión de dos años antes pactada por el gobierno de Edward Heath y el presidente de Francia, Georges Pompidou, Europa ha sido como una piedra en el zapato para los británicos.

Cuando han estado fuera han querido entrar y una vez dentro han cuestionado su permanencia hasta que en el referéndum de junio del 2016 decidieron el Brexit que ha creado la mayor crisis social y política en Gran Bretaña desde el fin de la guerra. El populismo adobado en mentiras les situó fuera dejando a un país dividido e irreconciliable.

Los británicos se han apartado de su cultura política que George Steiner definía como una cierta “desconfianza de lo abstracto y lo ideológico que ha proporcionado a ­Inglaterra su envidiable historial de to­lerancia, de irónica inmunidad a lo intelectualmente carismático. Reacios al brío discutidor, a los furores y al compromiso cerebrales de los franceses, los ingleses siempre han preferido un pragmatismo lleno de ironía, una salvadora indiferencia”.

Margaret Thatcher no era europeísta pero sí práctica. No paró hasta que el Reino Unido dejara de ser contribuyente neto e hizo todo lo que estuvo a su alcance para influir en las grandes decisiones que se tomaban en Bruselas. Tony Blair creía prioritaria una mayor integración en la Unión y hasta hoy defiende un segundo referéndum para corregir las consecuencias negativas del Brexit.

Theresa May se va a estrellar en el laberinto en el que ella misma se ha metido ya que no cuenta con aliados suficientes en su propio partido ni tiene mayoría en el Parlamento, donde depende ahora de los diez diputados del Ulster.

Europa es un club de estados libres y ha tenido que aceptar la decisión adoptada por los británicos. El tratado tendrá que ser corroborado por el Parlamento de Westminster pero no parece importarle demasiado a Theresa May si fuere rechazado ya que seguirá adelante con una ruptura que no convence a los brexiters duros ni tampoco a los que querían una solución mucho más blanda que aplazara el desenlace en espera de un nuevo referéndum o de un cambio de circunstancias.

El nacionalismo de los ingleses se ha movido más por las emociones que por los intereses. Se ha roto una tradición multisecular. Gran Bretaña no es consciente de que aquella famosa frase del primer ministro Salisbury ya no es vigente: “Inglaterra no solicita alianzas sino que las concede”.

Después de este gran zarpazo a la Unión Europea será preciso recomponer fuer­-zas, reforzar el eje francoalemán, reformular políticas para frenar el avance imparable de la xenofobia y los populismos, ­volver a aquella idea inicial de creación de riqueza para poder ser repartida con mayor equidad.

Europa tiene que ser la garantía de las libertades, del progreso y de la paz entre los pueblos. Las manifestaciones de los chalecos amarillos en Francia, el desbarajuste de la política italiana, la anunciada marcha de Angela Merkel y la fragilidad parlamentaria de Pedro Sánchez pueden desembocar en el invierno del descontento shakespeariano. El momento es muy delicado y sólo una Europa cohesionada socialmente, resuelta a tapar con soluciones concretas los boquetes de la protesta, rescatando aquella economía social de mercado de los comienzos, será capaz de resistir al duro golpe del Brexit.

Publicado en La Vanguardia el 28 de noviembre de 2018

  3 comentarios por “Costes de un divorcio llamado Brexit

  1. Sr.Foix: el problema de los divorcios es quién se queda con la casa, con la hipoteca, con los gastos mensuales…y con los niños… de la suegra May hablamos otro día…

  2. Als britànics els han enganyat, als catalans ens han enganyat.
    Nosaltres no tenim govern, ni Parlament, ni polítics, ni serveis…. això sí paguem impostos com els que més.
    Els britànics, tenen un futur incert, i un govern a la corda fluixa.
    Els ciutadans de tot el món hem d’ anar en compte a qui votem i que votem a les eleccions i referèndums. No deixar-nos seduir per líders messiànics.

  3. Europa es un club de estados libres, nos dice el Sr. Foix.
    Libres?
    Con ciudadanos libres?
    Teresa May entrando a lo Travolta a una reunion, ejercia correctamente su libertad o simplemente se reia de manera explicita de todo el mundo?
    La incertidumbre no puede ser el peaje de esta supuesta libertad nominal.
    Europa es un club, i tant! pero con el derecho de admision reservado para esta clase de gente extraña que nos mal gobierna y que nos lleva al desastre.

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