La quimera de los duques de Sussex

Enrique y Meghan quisieron modernizar el estilo de la monarquía, pero fracasaron en el intento

La monarquía británica perdura en buena parte gracias a su alto nivel de siniestralidad y a su lenta pero inevitable adaptación a los tiempos sin que se le cuestione algo tan elemental como el principio de legitimidad. Isabel II murió a los 96 años batiendo el récord del reinado más longevo de la historia de la monarquía británica. La vejez en Inglaterra no es un problema sino una virtud porque pocos pueblos son tan sensibles a la belleza que adorna las cosas. Han sido muchos los estadistas viejos, gastados, pulimentados por las contradicciones de la vida pública. Gustan las universidades antiguas, frías, sin comodidades, donde el agua ca­liente no existía hace solo unos años.

He visto las cinco temporadas de la serie The crown y espero ver la sexta y supongo que última, que se ha filmado en parte en la plaza Francesc Macià de Barcelona. La capacidad de los ingleses de escenificar su historia es admirable. La monarquía no queda ni mal ni bien, pero aparecen los rasgos de la tradición, el engaño y la arrogancia que distingue a una familia que es consciente de que, además, es una institución.

Los seis capítulos de Enrique y Me­ghan, los duques de Sussex, son una novedad y un intento fallido de una popular joven pareja de adaptarse a las rigideces de una monarquía en la que las formas y las apariencias son más importantes que la sustancia.

En la versión que Enrique y Meghan exponen desde su intimidad personal sobre los motivos por los que han decidido apartarse de sus deberes institucionales flotan tres hechos que constituyen el hilo conductor de toda la serie. El primero es la dramática y misteriosa muerte de Diana, la madre del príncipe y divorciada del hoy rey Carlos III, en un accidente bajo un puente del Sena acompañada por un gerifalte y multimillonario árabe.

El segundo es la tormentosa relación de la pareja con la prensa amarilla londinense, que no tiene piedad para destruir a dos jóvenes enamorados que han decidido actuar por su cuenta teniendo lo mejor de dos mundos: el título de duques de Sussex, el glamur popular universal y los medios para dedicarse a vivir su vida sin estar sometidos a los protocolos institucionales de una familia cuyo objetivo principal es mostrar la cara amable, tranquila y responsable del vértice del sistema institucional del Reino Unido.

El tercer hecho es el rechazo sutil de palacio a una joven sobrevenida, del mundo del espectáculo de Los Ángeles, mestiza, guapa, elegante, que conecta con el gran público mezclando espontaneidad y ternura. Un famoso viaje oficial a Australia de los duques de Sussex levanta todas las alertas en Buckingham Palace, donde se percibe que la popularidad de Meghan puede eclipsar las rigurosas formas que caracterizan a la monarquía y que los británicos consideran las más correctas o, por lo menos, aceptables.

Los tabloides, como águilas carroñeras, huelen la incipiente brecha que se ha abierto entre la familia real y Meghan y empiezan la operación derribo de una pareja que no soporta la persecu­ción mediática ni las mentiras ni las metáforas raciales sobre la procedencia mes­tiza de la princesa. No tienen en cuenta el lema implícito de su abuela Isabel de “never com­plain; never explain”, que puede traducirse como “nunca te quejes y nunca des explicaciones”.

El joven príncipe enamorado de una mujer talentosa pero plebeya queda a los pies de los caballos entre una prensa sin escrúpulos y una familia que le retira la cobertura. El hecho de que Meghan podía haber sido el puente entre la gran mayoría no blanca de la Commonwealth y el antiguo colonialismo británico, supremacista como todos los imperios europeos, no sirve de nada.

Enrique y Meghan han ofrecido su versión de los hechos, pero no han conseguido ser acogidos en una familia que ha capeado todos los temporales y todos los años horribles. La prensa amarilla no les dejará tranquilos, pero el vínculo con su hermano, Guillermo, futuro rey, ni con Carlos III no se romperá del todo. Los cambios de estilo en la monarquía que pretendían introducir los duques de Sussex no son urgentes, viene a decir el núcleo duro del sistema. Las cosas en Inglaterra, como escribió Heine, suelen ocurrir dos siglos más tarde.

Publicado en La Vanguardia el 21 de diciembre de 2022

  5 comentarios por “La quimera de los duques de Sussex

  1. He leido el articulo y pienso que en todas partes cuecen habas.

    Hayamos nacido donde sea, solo somos seres humanos y nos comportamos igual,
    en todas partes del mundo.

    No somos ni mejores, ni peores.

    En realidad : SOLO SOMOS SERES HUMANOS «.

    • Tiene usted mucha razón. Los rituales nos engañan, la condición humana es global y nadie escapa a ella. El ejemplo que dan algunos reyes y príncipes es tan humano que no es creíble que tengan más derechos.

  2. En primer lugar: Felices Fiestas y Feliz Año Nuevo. Larga vida y prosperidad.

    Las series son una opción. He visto la que se comenta en este blog. Creo que si quieren ser «libres» tienen derecho, deberán renunciar a todo lo que les da la corona británica y vivir por sus propios medios. La monarquia es un sistema político que es anacrónico, lo que no quiere decir que pueda tener alguna función útil. La razón tiende a mostrarnos que un sistema basado en la genética y tradiciones discutibles (El imperio británico o cualquier otro) no es lo deseable, pero …

    Saludos

  3. Me preocupa un poco que el Sr. Foix este enganchado a The Crown. Me preocuparia que lo estuviera a cualquier otra serie. Esclavitudes y adicciones las minimas.
    Pero se que nuestro anfitrion que es de buena raza superara el trance.
    Le deseo a el y a los compañeros comentaristas del blog una feliz Navidad y un mejor 2023.

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