Fronteras físicas y mentales

Cuando cayó el Muro de Berlìn en 1989 había solo seis muros fronterizos en todo el planeta y a finales de 2022 se podían contar más de setenta.

Cada vez quedamos menos de los que viajábamos por el mundo con aquellos pasaportes verdes del franquismo. Eran documentos conseguidos tras obtener del Ministerio del Interior un certificado llamado de penales, con una visita presencial a la comisaría de policía de la plaza Espanya de Barcelona, esperar semanas o meses, para finalmente poder cruzar la frontera con una credencial reconocible en las aduanas internacionales.

El pasaporte expedido por los estados es un documento de poco más de un siglo. Josep Maria de Sagarra dice en sus espléndidas memorias, que se detienen en 1914, que antes de la Gran Guerra te subías a un tren en Barcelona y nadie te pedía que te identificaras hasta llegar a Berlín, Roma o Constantinopla. El requisito imprescindible era disponer de una bolsa repleta de onzas de oro.

Las guerras crean más fronteras herméticas y nuevos pasaportes identitarios. Recuerdo mi sorpresa en el primer viaje que realicé en 1995 después de la entrada en vigor del tratado de Schengen. Salí de casa y nadie me pidió documento alguno hasta llegar a la recepción del hotel de Munich. Era la Europa de la reconciliación, de la paz y de la prosperidad, la Europa abierta a la integración étnica y cultural, un paraguas de protección de pueblos y naciones como lo había sido el imperio austrohúngaro hasta su desmembramiento hace aproximadamente un siglo y que ahora pretende ser democráticamente la Unión Europea.

Vicent Partal tiene un interesante libro sobre las fronteras y Anne Applebaum explica que hay personas nacidas en Polonia, posteriormente pertenecientes a la Unión Soviética y que ahora viven en Bielorrusia sin haberse movido del pueblo o de la ciudad en que nacieron. Las fronteras, lo dijo Josep Borrell en Barcelona, son como las cicatrices que la historia ha dejado grabadas en la piel de la tierra. La geografía es un factor decisivo.

La crónica de Beatriz Navarro del pasado domingo en este diario fue como el despertar de un sueño. No es que vuelvan los pasaportes sino que Europa y el mundo se fortifican con barreras fronterizas en forma de vallas, alambradas o paredes de cemento. Cuando cayó el muro de Berlín en 1989, había solo seis muros fronterizos en todo el planeta y a finales del 2022 se pueden contar más de setenta, muchos en la Europa del Este y del Sur.

Las guerras provocan movimientos migratorios y trazan murallas infranqueables diseñadas por los vencedores. A los que nos gustaría que la interdependencia económica en estos tiempos globalizados o la socialización planetaria de la cultura, el conocimiento y la información convivieran con las pulsiones nacionalistas e identitarias quizás tengamos que esperar algún que otro siglo. La guerra de Putin en Ucrania es sobre fronteras físicas, culturales y mentales. Es una recreación de la vieja expansión imperial de la Rusia eterna.

Las fronteras físicas algún día serán derribadas por guerreros futuros que, a su vez, levan­tarán otras vallas según los intereses geopolíticos del momento. Las barreras más indestructibles y peligrosas son las emocionales con fuerte carga de exclusividad identitaria, cuando no respetan al otro por ser dife­rente por su etnia, por su procedencia, por sus ideas, sus creencias o su clase social.

Las fronteras entre estados pueden cerrarse o abrirse según las circunstancias históricas. Las que hemos construido o heredado en nuestras mentes y nuestros hábitos son más difíciles, quizás imposibles, de derribar.

Publicado en La Vanguardia el 8 de marzo de 2023

  3 comentarios por “Fronteras físicas y mentales

  1. Las fronteras no existen para el dinero y bastantes ricos. Para los pobres y los refugiados sí hay fronteras. De hecho en el artículo se menciona que antes de los pasaportes sólo era necesaria una buena bolsa con monedas ( de oro u otro metal supongo).

    Para la naturaleza no hay fronteras, ni las físicas ya que no son más que alteraciones en un continuo espacio y tiempo. Además, la superficie de la tierra está cambiando sin cesar. Lo que ahora llamamos país x dejara de existir en no mucho tiempo, unos pocos millones de años. Consideremos que la edad del Cosmos es de unos 14.000.000.000 años terrestres, más o menos.

    Por cierto, la composición de la atmósfera no entiende ni de países ni de economía. Ni se puede acotar por el absurdo poder humano.

  2. El penúltimo párrafo «Las fronteras físicas algún día…» tal vez podría aplicarse a Cataluña.
    En Lluís Foix, excel·lent en tot el que escriu. Un veritable crac i una saviesa global molt difícil de trobar en la actualitat. Comparteixo els seus comentaris sobre els anglesos perquè jo també vaig viure a Londres a mitjans dels anys 60. Quins temps aquells!

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