
El lema de Trump, «make America great again», tropezará con hostilidades internas e internacionales. Jurídicas y políticas.
Los modos de Donald Trump en su segundo mandato espantan a los aliados, a sus partidarios y mucho más a sus adversarios internos y externos. Cada presidente ha salido de su propio molde y ninguno es comparable a los demás. Pero hay unas formas que han sido observadas por todos los presidentes desde George Washington hasta el actual mandatario.
Trump ha irrumpido con docenas de decretos que rompen con la tradición y cambian las reglas de juego que han orientado la política de las democracias en los últimos 80 años. Reagan no era un intelectual ni hombre de muchas lecturas. Pero sabía cómo administrar sus políticas con una mezcla de ironía y determinación que acabó con la guerra fría y el fin de la Unión Soviética. Truman era una persona considerada vulgar y Gerald Ford se encontró con la presidencia en las manos tras la dimisión forzada de Richard Nixon en 1974.
Se ha dicho que el sistema norteamericano ha sido diseñado por los genios federalistas de la primera hora de tal manera que pueda ser gestionado por idiotas. Son demasiados los contrapesos que establecieron los fundadores reunidos en Filadelfia que es altamente improbable que Trump pueda saltarse el poder judicial y el legislativo, aunque sea del color del partido republicano.
No es solo cuestión de carácter sino del talante autoritario que desprenden sus decisiones. La falta de consideración por la persona, por el débil, por el forastero no forman parte de la cultura política norteamericana. Estados Unidos es la primera potencia mundial que ya no es imprescindible.
La hegemonía americana en los últimos cien años no se debió a la potencia militar y a la influencia política sino al atractivo de una sociedad próspera que ofrecía la seguridad colectiva tejiendo alianzas prácticas con países amigos aunque ideológicamente no fueran homologables.
El principio de la razón de Estado, indiferente a la moral y a los intereses ajenos, se derrumbó en la política internacional en la Gran Guerra de 1914-1918. El guión fue reemplazado por la seguridad colectiva exportada a Europa por los Estados Unidos de Woodrow Wilson en 1919 y reafirmada contundentemente por Roosevelt y Truman a partir de 1945.
La hegemonía americana no dependía solo de la fuerza sino del talento, del respeto al adversario, de la divulgación de la cultura a través de las universidades y de Hollywood, de la creación de una amplia clase media y de los avances de la ciencia promovidos por sabios que llegaron al país desde la Europa devastada por las guerras y los odios entre los estados.
El principio de autodeterminación de los pueblos entra en la escena internacional por la insistencia de Wilson en la Conferencia de París de 1919 al caer los cuatro imperios destruidos al término de la Gran Guerra. Las alianzas militares debían ser sustituidas por la seguridad colectiva.
Trump rompe los criterios y los pactos con países que comparten intereses militares, comerciales y políticos. Abandona el poder blando y se aferra al poder duro. Es hostil hacia sus dos grandes vecinos, México y Canadá, se propone adueñarse del canal de Panamá y no se ha desdicho de comprar Groenlandia. Utiliza los aranceles como si fueran drones que sobrevuelan la tierra.
Es la ley del más fuerte al margen de tener o no razón. Puede intimidar y asustar. Pero no se de cuenta que Estados Unidos ya no tiene el monopolio ni la hegemonía de la que ha gozado en el último medio siglo. Hiere sentimientos y desprecia a los más débiles. Ni una pizca de ironía o del sentido del humor. Estados Unidos ha perdido atractivo. Ni siquiera se presenta como la luz en la colina que dibujaba poéticamente Ronald Reagan. Los aranceles van y vienen. Si los impones unilateralmente, los recibirá en la misma o parecida proporción.
Es verdad todo lo que dice. Me refiero a usted Sr. Foix.
Pero de momento es extorsión.
Hubo un momento en que Estados Unidos era un territorio de frontera, aquel del Lejano Oeste, en donde este tipo de personajes abundaban. Quizá, como decía el Roto, occidente ha acabado y hemos vuelto al Fart West.
Saludos
Disculpa, Javier, ha sido un error. Quería decir diseñado y no designado. Gracias por señalarlo. Corregido.
«Se ha dicho que el sistema norteamericano ha sido designado por los genios federalistas de la primera hora de tal manera que pueda ser gestionado por idiotas.»
Diseñado que no designado, ‘Señor Foix: Una cosa son diseños y otra muy distinta son designaciones, sinónimo de nombramientos.
Por mucho que el inglés «design» tenga evidentemente el mismo origen etimológico que designación y que designio, es dibujo, traza de trazado y asimismo diseño lo que significa.
Así como planos y planes están semánticamente diferenciados nítidamente entre sí, también lo están diseños, sinónimo de dibujos y de diseños, designaciones, sinónimo de nombramientos y, por supuesto, designios, sinónimo de intenciones últimas.
«Se ha dicho que el sistema norteamericano ha sido designado por los genios federalistas de la primera hora de tal manera que pueda ser gestionado por idiotas.»
Diseñado que no designado, ‘Señor Foix. Una cosa son diseños y otra muy distinta son designaciones, sinónimo de nombramientos. Por mucho que el inglés «design» tenga evidentemente el mismo origen etimológico que designio, es dibujo y asimismo diseño lo que significa.
Así como planes y planos están semánticamente diferenciados nítidamente entre sí, también lo están diseños, designaciones y, por supuesto, designios.
Donald Trump usa mensajes simples y vacíos para atraer a ciertos sectores de la población, y algunos lo ven como un Mesías. Sus políticas son difíciles de defender, y no está claro si los controles del sistema estadounidense podrán frenar sus excesos.