Trump y las deportaciones de ilegales

Trump ha enviado la Guardia Nacional a Los Angeles sin comunicarlo al gobernador demócrata de California. Deportar a todos los ilegales es imposible a corto o medio plazo.

Acabo de seguir en directo la intervención de Donald Trump desde el despacho oval de la Casa Blanca. El presidente habla mucho, casi cada día, sobre lo que le viene en gana. El tema del día es el despliegue de dos mil efectivos de la Guardia Nacional para controlar las protestas en Los Angeles sobre la deportación forzosa de inmigrantes ilegales.

Trump habla con una seguridad que asusta. Desautoriza a las políticas migratorias de Joe Biden, critica severamente al gobernador de California y repite una y otra vez que la seguridad está por encima de todo. Ha anunciado el envío de más guardias nacionales y 700 marines para reforzar la Guardia Nacional y hará lo que haga falta en otras ciudades del país si se producen los incidentes como los que se han registrado en Los Angeles en los últimos cuatro días.

No advirtió al gobernador de California, Gavin Newsom, para el despliegue de la Guardia Nacional. La confrontación con las ciudades y los estados que votaron a los demócratas será cada vez más tensa. Gavin Newsom, demócrata que ganó con creces a los republicanos en las elecciones, le ha plantado cara diciendo que no necesita la Guardia Nacional. Pero Trump le ha enviado nuevos refuerzos y va a enviar al ejército en todas las ciudades donde se produzcan protestas violentas en las calles.

Se perfilan días de confrontación entre Trump y todos aquellos gobernadores o alcaldes que no respondan a las directrices de la Casa Blanca. Se presenta un verano caliente si los disturbios de inmigrantes ilegales que pueden ser expulsados se dispara en violencia contra la guardia nacional o los marines. El debate sobre la inmigración viene de muy lejos. Trump exhibe su legitimidad porque fue elegido con el mandato de resolver la situación de los inmigrantes ilegales.

Si las autoridades locales no pueden controlar la presencia de cientos de miles de migrantes que llevan meses o años viviendo y trabajando en Estados Unidos, los echará por la fuerza. En la comparecencia de esta tarde ha asegurado que “vamos a desplegar tropas en todas partes”. Luego ya se verá qué pasa porque Trump habla y promete mucho pero ejecuta menos. Es un presidente cuya palabra dada se ha devaluado desde que tomó posesión.

El primer obstáculo es si Trump tiene facultades legales para desplegar a la Guardia Nacional sin la connivencia del gobernador de California, Gavin Newsom, el demócrata más destacado hoy para recoger las piezas rotas del partido demócrata después de las elecciones presidenciales.

El problema es que expulsar a los inmigrantes ilegales es una tarea prácticamente imposible. Se estima que los inmigrantes sin documentos que viven en Estados Unidos oscilan entre once y veinte millones. No hay posibilidad de deportarlos a todos. Ni siquiera a los que se han mezclado en la sociedad americana trabajando con o sin contratos y realizando los trabajos que los nativos no pueden ni quieren hacer. Es lo mismo que ocurre en Europa. Los necesitamos pero no los queremos.

La política expeditiva de la fuerza en las calles, en algunas universidades y en las bolsas de inmigrantes que no quieren volver a sus países de origen es impracticable. No hay dependencias suficientes para organizar la deportación. Hay delincuentes pero la gran mayoría son gentes que han abandonado la pobreza y la persecución en su país y que pretenden rehacer una nueva vida en Estados Unidos. El fenómeno es tan antiguo como la misma fundación del Estado federal hace dos siglos y medio.

El abuelo de Trump emigró de Alemania a mediados del siglo XIX, como le recordó con un certificado de nacimiento el canciller alemán Merz en su primera visita a Washington hace unos días. Es arriesgado pensar que Trump actúa solo por deportar a los inmigrantes ilegales. Piensa también en cómo neutralizar los reductos demócratas después de las elecciones presidenciales con la derrota de Kamala Harris.

Solo dos de las grandes ciudades norteamericanas, Dallas y Fort Worth, tienen alcaldes republicanos. El trumpismo se ha impuesto en la América rural y patriótica. Pero no se ha ganado en las dos costas ni en las grandes urbes que están en manos de demócratas. Las elecciones legislativas del año próximo serán la primera gran batalla de Trump.

Con la intervención de la Guardia Nacional en Los Angeles puede controlar el orden y hacer respetar la ley. Pero no podrá expulsar a todos los inmigrantes ilegales. En la retórica casi diaria de Trump no se percibe seguridad en sus decisiones. Juega fuerte contra todos sus adversarios demócratas, los jueces y los medios de comunicación críticos. Los contrapesos del sistema actuarán.

  1 comentario por “Trump y las deportaciones de ilegales

  1. Nuestro anfitrion al seguir en directo las ruedas de prensa del gran patan americano pone en riesgo su sistema psicosomatico. Sabemos que lo hace por profesionalidad y yo creo que un poquito tambien por vicio. Pero no debe abusar Sr. Foix.
    Todos esperamos un poco de luz entre tanta negritud planetaria, pero es en vano. Estamos en manos de mala gente.
    Dicho lo cual, por una cuestion de higiene hay que saber atorar el vertedero y decir, ja ni hi ha prou y serenar psique y soma con lo que nunca falla.
    Hay que ganar por elevacion.

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