Populismos contra la migración

Migrantes llegados a Europa esperan su oportunidad para ser acogidos. Jóvenes, empujados por la miseria, la persecución y las guerras

Uno de los legados de Angela Merkel será su visión sobre los asilados y migrantes económicos. En plena erupción de la guerra de Siria en el 2015 decidió abrir las puertas de Alemania, por las que entraron un millón de ciudadanos procedentes del convulso Oriente. Las razones que esgrimió no fueron de carácter moral o solidario, sino práctico, casi patriótico.

Decía la canciller que la entrada de migrantes fomentaría la capacidad productiva de la economía alemana y que, más importante todavía, ayudarían a corregir la curva demográfica alemana, con índices de fertilidad en caída libre.

Tuvo que modificar su política ante el rechazo de sectores críticos de su partido y el auge de la extrema derecha (AfD), pero mantuvo su visión sobre las ventajas de acoger a ciudadanos que huían del hambre, la guerra o la persecución.

El tema de la migración centra el debate electoral en todas las democracias occidentales. El Brexit tiene un fuerte componente nacionalista excluyente, supremacista, cerrado a las impurezas extranjeras, curiosamente en una de las sociedades con más ciudades multiculturales de Europa.

Trump ganó con un drástico programa antiinmigratorio y amenaza con volver a presentarse con las mismas ideas ba­sadas en muros y verjas con alambres puntiagudos.

Uno de los candidatos a las presidenciales francesas, Éric Zemmour, ha fundado un nuevo partido con un nombre bien explicito: Reconquista. Persona cultivada e inteligente, amenaza con pasar por la derecha a Marine Le Pen. Muchos jóvenes se apuntan a movimientos populistas que tienen en común el desprecio y la expulsión de los extranjeros.

Paseando por el campo he observado cómo muchos de los que trabajan manualmente en las tierras eran migrantes. La experiencia de Guissona (la Segarra), con una población extranjera superior a la autóctona, es compleja pero muy positiva. Me dice el presidente de la asociación de vecinos de mi barrio barcelonés que cada día entran a trabajar en la zona unas treinta mil personas. Para cuidar ancianos, limpiar las casas, acompañar a niños al colegio y comprar en los supermercados. ¿Qué pasaría si los extranjeros que han llegado y se han establecido entre nosotros en este siglo se fueran de repente? La crisis económica y social sería de una gran magnitud, muy superior a la del 2008 y a la de la covid. Los trabajos que realizan los sobrevenidos no los queremos o no los podemos hacer.

En 1998 había 1,2 millones de extranjeros residentes en España. En el 2010 se pasó a 6,6 millones y en el 2020 se alcanzó la cifra de 7,1 millones. Los migrantes llegados a Catalunya de 1995 al 2010 rozan el millón y medio y han contribuido a rejuvenecer una sociedad envejecida y a entrar en el proceso productivo.

No es fácil gestionar la complejidad de la inmigración en tres aspectos fundamentales: otorgarles la legalidad, facilitarles trabajo y tener viviendas suficientes para albergarlos. Con todos los problemas que pueden plantearse, que los hay, el migrante llegado al país está muy repartido y no se concentra en guetos insalubres de las grandes ciudades.

Uno de los remedios para repoblar los territorios vaciados por el éxodo rural es precisamente la llegada de familias latinas, del Este de Europa y también del norte de África.

Estas políticas chocan con los pronunciamientos antiinmigración de partidos como Vox, que cerrarían las puertas como Viktor Orbán en Hungría o con el sistema de nula inmigración como es el caso de Polonia. Vicens Vives escribió que los catalanes “somos fruto de diversas levaduras y, por lo tanto, una buena rebanada del país pertenece a una biología y a una cultura de mestizaje”. Y así, desde la época carolingia. No hay razas puras ni hombres perfectos, como pretendieron los totalitarismos de cuño europeo del siglo pasado.

En su viaje a Chipre y a Lesbos este fin de semana, el papa Francisco volvió a clamar en contra de la indiferencia europea ante el flujo constante de migrantes que malviven en zonas infectas mientras les llega una oportunidad. Hemos convertido el Mediterráneo, dijo, en un frío cementerio sin lápidas, y pidió “detener este naufragio de civilización”. No hay sitio para todos. Pero sí que hay sitio para más. Los necesitamos para integrarlos y para respetarlos. Todos venimos de fuera.

Publicado en La Vanguardia el 8 de diciembre de 2021

  2 comentarios por “Populismos contra la migración

  1. Deberíamos recordar que los Homo sapiens, como especie, somos originarios de África. Y que antes de que se nos blanqueara la piel por el frío y las nieblas del norte, bastante oscuros de aspecto. Desde el principio del Holoceno la migración de los humanos ha sido una constante. La dispersión por todos los continentes es un fenómeno migratorio. Los tiempos históricos están jalonados por migraciones que, ocasionalmente según quien escriba la historia se consideran invasiones: los asiáticos a América por el norte, los pueblos hiksos a Egipto, los judíos tambien a Egipto y de vuelta con el Éxodo, los eslavos hacia el Mediterráneo, los godos, los hunos y los otros, los suevos, vándalos y alanos, la Horda de oro de Mongolia, los árabes y norteafricanos a Iberia, los turcos selyúcidas a Anatolia, los europeos a América (voluntariamente) y los africanos (esclavos) también, chinos al sudeste asiático, hindús por todo el océano índico (la numéricamente mayor emigración actual) …
    El país más poderoso del mundo actual, los Estados Unidos, es fruto de una inmigración invasiva.
    Hasta los integristas más tolerantes, si es que hay algunos, están dispuestos a aceptar la inmigración de los más hábiles e inteligentes. O ricos.
    Pero es que, realmente, son los mejores que se atreven a buscar esperanza y medios de subsistencia.
    A lo que se resisten los receptores de inmigrantes es a integrar a los pobres.
    La migración lo que requiere es su gestión: macro, de gobiernos e instituciones, y micro de cada ciudadano.
    Y sí. Cabemos muchos. Todos porque el continente es el mundo.

  2. Todos somos transeuntes.
    Cabemos todos si somos capaces de compartir medios y esperanza.

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